Este mensaje nació de una experiencia que tuve mientras oraba
Cuando oro, comienzo por entrar en la presencia de Dios con alabanza y acción de gracias. Entonces paso tiempo adorando. Después, tengo el tiempo de petición, orando sobre las peticiones enviadas a nuestro ministerio. También suplico por las viudas, los huérfanos, los desamparados, los pobres, los ancianos, enfermos y afligidos. Finalmente, oro por mi familia y por dirección para este ministerio. Entonces me siento calladamente, esperando para que el Señor Jesús me hable.
Recientemente, después del tiempo de oración, me iba a levantar e irme. Pero escuche una voz suave y apacible que susurro: “Israel, por favor no te vayas. No me dejes todavía. Tengo tanto que compartir contigo. Hay mucho en mi corazón que deseo mostrarte, sobre las necesidades del mundo y la condición de mi iglesia. Tu me alimentas cuando me escuchas.”
En Lucas 24, encontramos una escena conmovedora respecto al deseo de Cristo de ser alimentado. En este momento, Jesús ya ha resucitado y ha terminado su obra de redención. Ahora esta en su cuerpo glorificado. Todavía es un hombre, que tiene sentimientos humanos pero no esta limitado por barreras materiales. Puede aparecerse y desaparecerse de acuerdo a su voluntad, y no hay puerta o pared que lo detenga.
¿Adónde fue el Señor primero? Tan pronto como resucitó, algo dentro de su cuerpo glorificado se agitó. Tenia hambre, deseando la “comida…que vosotros no sabéis” (Juan 4:32). Primero lo vemos en el camino de Jerusalén hacia Emaús. De repente, se le apareció a dos de sus discípulos, quienes estaban tristes por su muerte. La escritura dice que, “Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acerco y caminaba con ellos. Mas los ojos de ellos estaban velados para que no le conociesen.” (Lucas 24:15-16)
Según hizo con la mujer samaritana, Jesús comenzó una conversación con estos hombres. Él preguntó: “¿Qué platicas son estas que tenéis, y por qué estáis tristes?” Ellos le contestaron incrédulamente, diciendo, “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?”
¿Estaba Jesús jugando con la tristeza de estos hombres? No, absolutamente, no. De hecho, él hizo lo opuesto, saco afuera lo que estaba profundo en sus corazones. Permitió que ellos sacaran afuera los sentimientos guardados, hasta el punto de expresar su incredulidad. Y el se dirigió a su incredulidad: “Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían.” (24:27) ¡Hablar de una educación de seminario! Estos hombres recibieron todo: profecías de la venida de Cristo, el significado de su muerte, su entierro y su resurrección.
¿Qué era lo que Jesús pretendía? ¿Por qué escogió caminar y hablar con estos dos hombres? El sencillamente deseaba compartir tiempo de calidad con sus amigos. A él le gustaba tener comunión sin apuros con ellos, abrir su corazón y su Palabra a ellos para compartir una dulce comunión. Y los oídos dispuestos de ellos y sus corazones ardientes le alimentaban a él.
Esa noche, los hombres se detuvieron en una posada. En ese momento, Jesús “hizo como que iba mas lejos” (24:28). A lo mejor, el Señor dijo, “Hermanos, me han dado mucho de su tiempo. Me han escuchado bien y yo he compartido lo que hay en mi corazón. Sin duda, están cansados. No los aguantare mas tiempo. Yo seguiré mi camino y les permitiré descansar.”
Allí pudo haber terminado la historia. De hecho, para muchos creyentes, es el final. Están satisfechos con el primer encuentro que tuvieron con Jesús muchos años atrás. Ahora todo lo que buscan es conocimiento bíblico. No les importa tener tiempo de intimidad con el. Ellos testifican: “Si, yo conozco a Cristo. Tengo un profundo conocimiento de él.” Pero ellos no esperan en el Señor para alimentarlo. Ellos no conocen su voz. Y se pierden la revelación personal de quien él es.
Pero los discípulos de Emaús no permitieron que eso sucediera. Cuando Jesús quiso seguir, “Ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros” (24:29). La palabra griega “obligar” aquí quiere decir fuerza. Sencillamente, ellos no le permitieron que se fuera. Recuerde, ellos todavía no habían reconocido a su maestro. Sus corazones ardían con las palabras que él les había dicho. (ver 24:32). Ahora, ellos le decían: “Debes quedarte con nosotros.”
Esta fue la respuesta que Jesús esperaba. El tenia tanto que decirles a estos dos. Y lo próximo que leemos son las palabras más dulces en toda la escritura: “Entro, pues, a quedarse con ellos” (24:29). Estos dos hombres alimentaron a Cristo escuchando su corazón. Y ahora él los llevó a su mesa, donde él les alimentó a ellos: “Y aconteció que estando sentados con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista.” (24:30-31)
Gracias a Dios, que estos discípulos obligaron a Jesús a quedarse. De otra manera, nunca se le hubieran abierto sus ojos al Cristo vivo. Hubieran vuelvo a Jerusalén con un testimonio muerto: “Hemos conocido a alguien camino a Emaus que nos enseño profundamente la Palabra. Nos ardía el corazón, y pudimos entender a Cristo como nunca antes.“ Los otros discípulos los hubieron presionada preguntando, “¿Pero vieron ustedes al Señor? ¿Lo pudieron tocar? ¿Saben donde él esta? Ustedes dicen que sus corazones ardían pero dígannos, esta Jesús vivo?” Tristemente, ellos no hubieron podido darle una respuesta.
Por el contrario, estos hombres fieles fueron corriendo a sus hermanos en Jerusalén, a darles este vibrante testimonio: “¡El Señor apareció a nosotros! Hablamos con él y comimos con él. Lo vimos vivo. Y él nos alimentó con la Palabra de Dios de su propia boca. ¡Si, él vive y esta muy bien! (ver 24:33-25). Entonces, en ese mismo momento, Jesús apareció en medio de ellos.
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