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sábado, 3 de mayo de 2014

PERVIRTIENDO LA GRACIA


En su carta a la iglesia, Judas hace una tremenda advertencia. Escribe, “… a los que el Padre ama y ha llamado, los cuales son protegidos por Jesucristo…… he sentido grandes deseos de escribirles para rogarles que luchen por la fe que una vez fue entregada a los que pertenecen a Dios. Porque por medio de engaños se han infiltrado ciertas personas… hombres impíos que cambian en libertinaje la gracia de nuestro Dios y niegan a nuestro único Soberano y Señor, Jesucristo." (Judas 1-4).

Judas nos previene de que entrarán falsos pastores infiltrados en la casa de Dios con una meta en mente: convertir la gracia del Señor en lascivia. Dice, “Satanás esta enviando cierta falsa doctrina para que se infiltre en la iglesia. Y vendrá a través de predicadores, maestros y evangelistas. Tomarán la gracia de Dios para torcerla sutilmente, manipulándola, hasta producir lascivia en el pueblo de Dios.”

Para entender la seriedad de la advertencia de Judas, necesitamos comprender el significado de lascivia. Este término abarca a todas las variedades concebibles del pecado. En términos literales, lascivia significa “falta de disciplina moral, rechazo a las normas aceptadas de la moral”. La palabra proviene del latín “lascivia,” que significa pasión suelta, desbocada y codicia. Significa permisividad, desorden, el abandono de todos los frenos. También representa a todo lo sucio, degradante, lujurioso y obsceno.

Jesús llamó a la lascivia un pecado del corazón: “Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de adentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricias, maldades, engaños, sensualidad, envidia, calumnia, orgullo e insensatez" (Marcos 7:20-22).

Igual que Judas, el apóstol Pablo también aludió a la lascivia que veía en la iglesia. Escribió a los corintios en términos directos, “Porque temo que cuando vaya a verlos, quizá no los encuentre como quisiera… y yo tenga que llorar por muchos que han pecado anteriormente y no se han arrepentido de la impureza, inmoralidad y sensualidad que han practicado" (2 Corintios 12:20-21).
En este mismo pasaje, Pablo llama a los corintios sus “amados.” En efecto, ellos eran los hijos de Pablo en el Señor. Y fueron bendecidos de forma increíble por Dios. Habían sido instruidos por el mismo Pablo, Timoteo, Tito y otros ministros piadosos. Y Pablo les recordaba, “… y todo esto… es para su edificación" (12:19).

Cuando leemos las dos cartas de Pablo a esta iglesia, vemos las enseñanzas increíblemente poderosas que les llevó. Escribió sobre la resurrección, la venida del Señor, el trono de juicio de Cristo, la muerte al pecado, la justificación por la fe, el cielo, y el infierno. Con fidelidad, Pablo advirtió a esta comunidad, la halagó, les rogó. Sin duda, ningún otro grupo de creyentes ha sido pastoreado más amorosamente, más confrontado con la verdad, y más edificado por el Evangelio de la gracia.

Además, los corintios fueron bendecidos más allá de las enseñanzas de Pablo. Ellos habían experimentado poderosos movimientos y obras del Espíritu Santo en sus medios. Habían recibido muchos dones espirituales, incluyendo sanidades, profecías, interpretaciones, revelaciones divinas. Esta iglesia era un cuerpo vibrante, profético, y encendido.

A pesar de todo, increíblemente, algunos creyentes bendecidos seguían viviendo en inmoralidad. Pablo acusó a “muchos” de ser lascivos (12:21). Escribió, “Esta es la tercera vez que voy a visitarlos… a los que antes pecaron, y a todos, ahora… que si voy otra vez a visitarlos, no voy a tenerles consideración… Les escribo esta carta antes de ir a verlos, para que cuando vaya no tenga que ser tan duro en el uso de mi autoridad, la cual el Señor me dio, no para destruirlos, sino para su edificación” (13:1-2, 10).

Pablo no andaba con rodeos. Decía, “dos veces les he advertido del pecado que hay en su congregación. Todos ustedes han recibido una prédica divina y condenatoria. Todos han tomado del don de gracia de Dios. Y aun así algunos de ustedes han torcido deliberadamente esa gracia al seguir viviendo en impureza. Les recuerdo que mi don es edificar, no destruir. He sido llamado a edificarlos en la preciosa fe. Pero cuando regrese por tercera vez, no tendré otra alternativa que ser rudo con ustedes. No pasaré por alto a nadie que siga entregándose al pecado.”

Ahora le pregunto a usted: ¿Cómo es que esta gente, bendecida de manera tan abundante, podía seguir viviendo en una condición tan sórdida? Esperamos que el mundo sea lascivo, complaciéndose libremente en su lujuria, pero no el pueblo de Dios. Evidentemente, sin embargo, este pecado se había vuelto incontrolable en la casa de Dios.

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