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miércoles, 21 de mayo de 2014

NO MALTRATEN A LOS QUE DIOS ENVIA



"No toquen a mis ungidos ni maltraten a mis profetas" (Salmo 105:15). Este breve versículo contiene una poderosa advertencia de nuestro Señor. Y la dice muy en serio: Pobre de aquella nación o individuo que ponga una mano sobre los elegidos de Dios. Y pobre de cualquiera que haga daño a sus profetas.

Esta severa advertencia tiene una aplicación doble. Primero, los “ungidos” y los “profetas” aquí aluden de forma natural a Israel, el pueblo de Dios del Antiguo Testamento. No obstante, la advertencia divina de no maltratar a sus elegidos también aplica hoy. También incluye a su Israel espiritual, es decir, a su iglesia.

Principalmente relacionamos esta advertencia con los profetas del Antiguo Testamento o con los ministros de nuestros días que se levantan en defensa de la verdad. Parece ser una declaración de la protección de Dios para sus siervos. Pero el contexto de la advertencia revela un significado más profundo. También tiene que ver con un pacto que Dios hizo con Abrahán. En aquel pacto, Dios prometió a Abrahán la posesión de la tierra de Canaán:

"Ni aunque pasen mil generaciones se olvidará de las promesas de su pacto, del pacto que hizo con Abrahán… como pacto eterno para Israel, cuando dijo: voy a darte la tierra de Canaán como la herencia que te toca. Aunque ellos eran pocos… que iban de nación en nación y de reino en reino, Dios no permitió que nadie los maltratara, y aun advirtió a los reyes: No toquen a mis escogidos ni maltraten a mis profetas.” (Salmo 105:8-15).

El Salmo 78 también se refiere a este pacto de la tierra que Dios hizo con Abrahán: “Dios trajo a su pueblo a su tierra santa, ¡a las montañas que él mismo conquistó!” (78:54). Nos dice que Dios conquistó Canaán con sus propias manos. Y que “quitó a los paganos de la vista de Israel, repartió la tierra en lotes entre sus miembros, y les hizo vivir en sus campamentos.” (78:55).

El mismo Señor marcó los límites de la tierra de su pueblo. Repartió la tierra “en lotes entre sus miembros”, estableciendo los límites “desde el Jordán hasta el mar.” En otras palabras, Dios trazó el mapa. Fue como si desde la cima de una montaña hubiera medido los límites de Canaán por medio de su Espíritu, diciendo: “tantos kilómetros al norte, tantos al sur, tantos al este y tantos al oeste.”

En resumen, el Señor concedió tierra de manera permanente a su pueblo, por medio de su pacto con Abrahán. Y los israelitas fueron conducidos a su heredad por Moisés. Por mandato de Dios, desalojaron a las naciones malvadas que ocupaban esta tierra. Y a medida que se asentaban en su tierra prometida, Dios estableció una distinción entre ellos y las demás naciones. Fueron conocidos como sus “elegidos,” un pueblo consagrado, ungido. El Señor no permitió que “nadie los maltratara, y aun advirtió a los reyes: No toquen a mis escogidos ni maltraten a mis profetas.” (105:14-15).

Moisés, el profeta de Dios, declaró: “el Altísimo… fijó las fronteras de los pueblos, pero tomó en cuenta a los israelitas" (Deuteronomio 32:8). Esto significa que los límites que Dios fijó para su pueblo iban a ser la base de su iglesia. Y a partir de esta nación del Antiguo Testamento surgiría su iglesia del Nuevo Testamento.

Cuando Dios lanzó su advertencia, puso en alerta a la humanidad: “Elijo que este pueblo sea mi porción. La ungí y la separé para mí. De aquí en adelante, nunca permitiré que ninguna persona o nación le haga daño.”

Puede que usted objete: “Pero los judíos han sufrido terriblemente a lo largo de la historia. ¿Qué hay con Hitler y el Holocausto?” Sí, Israel ha sufrido graves daños. Pero aquellos que la hirieron han sufrido espantosas consecuencias. La advertencia de Dios nos dice: “Cuando tocan a mis ungidos, corren gran peligro. Les costará todo.”

Alemania pagó un terrible precio por su maldad. No solamente se bombardeó su nación y se devastaron sus ciudades, sino que la gente sufrió penalidades durante décadas. Desde la historia de Alemania escucho con vigor la voz de Dios: “No toquen a mis ungidos.”

Verdaderamente, desde la época de Abrahán todo el mundo ha estado sujeto a la advertencia de Dios: “No hagan daño a mi pueblo Israel. Y no toquen o cambien sus fronteras, pues yo mismo las medí para ellos.” No importa cuál sea nuestra posición política, o lo que pensemos de Israel. Dios juzgará a cualquier pueblo que toque a esa nación o sus fronteras. Si cualquier nación se atreve, lo hace a costa de su propio futuro.

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