Trate de imaginarse la trágica pérdida de Job y su esposa. En sólo pocas horas, todo lo que les era precioso fue arrancado de sus vidas: cada uno de sus queridos hijos e hijas, y sus fieles servidores. Pero aún en estos momentos de angustia y dolor, Job opta por reaccionar de acuerdo a la buena alternativa. Su dolida esposa escogió la forma equivocada.
La esposa de Job seguramente quedó amargada al escuchar al mensajero decir: “Fuego de Dios cayó del cielo, que quemó… y consumió.” (Job 1:16). Al recibir las terribles noticias esta mujer se negó a ser consolada. Y erróneamente culpó a Dios, animando a su esposo: “Maldice a Dios y muérete” (Job 2:9). En esencia ella estaba diciendo, “¿Por qué el Señor derramará una tragedia como esta sobre esta familia piadosa?
Personalmente, no puedo culpar a la esposa de Job por su reacción. Si hubiera perdido a todos mis hijos y mis seres queridos en una sola tarde, yo podría encontrar mi corazón en la misma condición que ella. Creo que cuando llegaron esos horribles reportes, la esposa de Job simplemente murió interiormente. Ella siguió físicamente viva, pero en su corazón ya se había ido.
Aún así, había otra espantosa tragedia por venir. Muy pronto su esposo fue afligido por una sarna maligna, desde la cabeza hasta los pies. Job terminó sentado en medio de ceniza y rascándose con un tiesto para aliviar su dolor. El aspecto de este hombre enfermo era tan grotesco, que la gente volteaba su rostro en horror. Ni siquiera los amigos de Job lo reconocieron al verlo. Una vez lo reconocieron, no podían mirarlo. Se sentaron a distancia de él y se lamentaban y gimiendo por lo que le sucedió a su amigo.
También Job estaba en una profunda aflicción. Este hombre tenía una inmensa necesidad de recibir palabra de consuelo. Pero por el contrario, su esposa sólo se descargó sobre él, diciendo: “¿Aún retienes tu integridad?”(2:9). Dos cosas se deducen de las cortantes palabras de esta desesperada mujer. Primero, ella pregunta, “¿Qué espantoso pecado has cometido, Job, que nos ha acarreado semejante juicio de Dios? No trates de convencerme de que eres un hombre íntegro.”
Segundo se deduce, “Entonces, ¿así es como Dios trata a una familia justa? Nosotros hemos mantenido el altar familiar todos los días años. Hemos caminado rectamente delante del Señor. Y hemos usado con generosidad de la abundancia de nuestra casa para bendecir a los pobres. ¿Por qué el Señor nos arrebata todo lo que nos es precioso? Yo no puedo servir a un Dios que permite que nos pase esto.”
Entonces esta afligida mujer pronuncia las terribles palabras: ”Maldice a Dios y muérete” (2:9). Ella estaba reconociendo, “ya estoy muerta, Job. ¿Qué más me queda?” Es mejor morir que vivir sin nuestros hijos. Anda, maldice a Dios y muere conmigo.”
La condición de ella ilustra la batalla feroz que cada uno de nosotros enfrenta con el enemigo cuando una tragedia nos azota. Vi recientemente esta batalla en una joven mujer, con la que estaba chateando. Noté su llanto silencioso. Le dije que yo era un pastor y le pregunté si podía ayudarla. Ella respondió: Señor, yo no puedo creer en su Dios.”
Me contó que su padre acababa de morir. Ella lo describió como un buen hombre, uno que siempre se ofreció para ayudar a los demás. Ahora a través de sus amargas lágrimas, esta mujer me dice: “Yo no puedo creer en un Dios que mataría a un buen padre en lo mejor de su vida.” Ella había optado por la terrible alternativa de la esposa de Job: culpaba a Dios y ahora empezaba a caer en la desesperación. Aunque ella estaba físicamente viva, estaba muerta por dentro.
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