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martes, 11 de febrero de 2014

ENTRADA LIBRE AL PADRE PARTE 1



"Conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor, en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él." (Efesios 3:11-12).

Los hijos de Dios tienen unos de los más grandes privilegios que se le haya concedido jamás a la humanidad. Tenemos el derecho, la confianza y la libertad de irrumpir a nuestro Señor en cualquier momento.

Nuestro Padre Celestial se sienta en un trono en la eternidad. Y su Hijo, Jesús, nuestro bendito Señor y Salvador, se sienta a su derecha. A las afueras de su trono están las puertas que abren para todos aquellos que están en Cristo. En cualquier momento, del día o de la noche, a cualquier hora, podemos ir mas allá de los ángeles guardianes, los serafines y todos los ejércitos celestiales para entrar valientemente por estas puertas y acercarnos al trono de nuestro Padre. Cristo nos ha provisto acceso directo al Padre, para que recibamos la misericordia y la gracia que necesitamos, sin importa nuestra circunstancia.

Esto no siempre fue así. En el Antiguo Testamento, ninguna persona podía tener acceso al Padre, salvo algunas excepciones. Por ejemplo, sabemos que Abrahán disfrutó cierta medida de acceso al Señor. Este hombre consagrado fue llamado amigo de Dios. Él escuchó al Señor, le habló, tuvo comunión con él.

Aun así, Abrahán permaneció "fuera del velo". Aun cuando era amigo de Dios, el nunca tuvo acceso al Lugar Santísimo donde Dios habitaba. El velo espiritual de separación aun no había sido rasgado en dos.

En un punto de la historia de Israel, Dios declara que él hablaría a los profetas por visiones y sueños: "Cuando haya entre vosotros profetas de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él." (Num. 12:6).

Esto era un acceso a Dios muy limitado. Sin embargo, nuevamente hubo otra excepción: Moisés, el líder de Israel. Dios dijo sobre él: "No así a mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa. Cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras; y verá la apariencia de Jehová." (12:7-8). Como Abrahán, Moisés habló con Dios y Dios habló con él. Él esperó cuarenta días y cuarenta noches en la presencia del Señor, hasta que su cara resplandeció. Claramente, Moisés tuvo una gran medida de acceso.

Pero el resto de Israel nunca conoció esta clase de acceso. El Señor les dijo: "Esto será el holocausto continuo por vuestras generaciones, a la puerta del tabernáculo de reunión, delante de Jehová, en el cual me reuniré con vosotros, para hablaros allá. Allí me reuniré con los hijos de Israel." (Éxodo 29:42-43).

No se le permitía a nadie entrar al Lugar Santísimo, donde la presencia de Dios habitaba. Solamente el sumo sacerdote podía entrar, un solo día al año, el día de la expiación. Por lo tanto, el pueblo tenia que llevar sus sacrificios a la puerta del tabernáculo. Podían mirar a hurtadillas desde la puerta, pero no podían ver nada completamente. Tan solo podían imaginarse la majestad de la gloria de Dios que moraba allí.

Otra vez, este era un acceso muy restringido. Era como si Dios les hubiese estado diciendo: "Vengan hasta el frente de mi puerta y allí me encontrare con ustedes. Entonces podremos hablar." No fueron invitados a entrar. El Señor les hablaba desde el otro lado de la puerta del tabernáculo. ¿Te puedes imaginar tratando de comunicarte de esta manera con un amigo cercano?

Dentro del tabernáculo, un velo separaba al Lugar Santo del Lugar Santísimo. El sumo sacerdote debía ir temblando según se iba acercando al velo. El tener acceso a la gloria de Dios era una cosa impresionante, temible. Podía caer muerto con tan solo haber cometido una deshonra en su presencia. En la santa presencia de Dios no podía habitar el pecado de ninguna clase.

Otro gran evento debía haber sido el día de la expiación. En ese día, el pueblo de Israel se reunía alrededor de la puerta del tabernáculo. Esta era la misma puerta en la que Dios había enjuiciado a Miriam cuando cuestionó el liderato de Moisés, y a Datan y a Abiram por levantarse contra Moisés.

Ahora las multitudes estaban paradas, pasmadas, mientras Aarón, el sumo sacerdote, entraba a la habitación mística para encontrarse con el Dios Todopoderoso. A ellos se les pudo haber dado ilustraciones de lo que ocurría en el interior. Pero se quedaban preguntándose: “¿Cómo será estar allá adentro? ¿Tendrá el Señor una forma visible? ¿Es su voz como la que oímos en el Sinaí, una voz que inspira tanto temor? ¿Es bueno y amable, o atemorizante?

Aun David, el dulce salmista de Israel, tenia acceso limitado al Padre. Las Escrituras dicen que él tenia comunión con Dios. Él conoció a Dios como su defensor, su refugio, su cuidador, su fuerza. Nadie habló más majestuosamente o poderosamente de Dios que este hombre. Aun así, David no tuvo el privilegio de entrar al Lugar Santísimo. A través de los salmos David habla de anhelar y buscar a Dios. Él clamó por poder ir mas allá del velo, por algo que el no podía lograr: "Un abismo llama a otro." (Salmo 42:7).



Salomón también expresa esta clase de anhelo insatisfecho de poder llegar al Señor: "Mi amado metía su mano por la ventanilla, y mi corazón se conmovió dentro de m. Yo me levanté para abrir a mi amado… Abrí yo a mi amado; pero mi amado se había ido, había ya pasado… Lo busque, y no lo halle; lo llame, y no me respondió." (Cantares 5:4-6). Aquí este la expresión de anhelo divino: "Lo busque, lo anhele, lo quise. Pero no le pude encontrar."

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