El fruto del amor de Dios en Cristo
fue que Jesús presentó su cuerpo
como sacrificio vivo por los demás.
Juan escribe: “En esto hemos conocido el amor, porque él puso su vida por nosotros…” (1 Juan 3:16). Aquí estaba el fruto del amor de Dios en Jesús: dio de sí mismo como sacrificio por los demás.
La segunda parte de este verso nos muestra el propósito del amor de Dios en nuestras vidas. Lee así: “…también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.” (verso 16). El amor de Dios también nos lleva a presentar nuestros cuerpos como sacrificio vivo.
¿Alguna vez has pensado en el significado de poner tu vida por tus hermanos y hermanas? Pablo no se está refiriendo a convertirnos en mártires en tierra extranjera. Él no se está refiriendo a que donemos órganos. Ni tampoco se está refiriendo a que tomemos el lugar del criminal condenado a muerte. Sólo Cristo hizo ese sacrificio.
No, la única clase de cristiano que puede traer vida y esperanza a sus hermanos es uno que ha muerto. El siervo que ha muerto a este mundo—a sí mismo, al orgullo y la ambición. Y se ha resignado a la santa voluntad de Dios.
Este cristiano “muerto” ha permitido que el Espíritu Santo tome inventario espiritual de su alma. Él ve la corrupción e impiedad en su corazón. Y voluntariamente va al altar de Dios, llorando: “Señor, consúmeme. Tómalo todo.” Él sabe que solamente al ser limpio por la sangre de Cristo es que puede dar su vida por los hermanos.
Esta es la única y más importante verdad que me ayuda a continuar en guerra espiritual. Si estoy plenamente persuadido que Dios es fiel para perdonarme y restaurarme, tendré todo el poder para resistir toda tentación. Sabré que él está conmigo, no importa lo que enfrente – y él me amará a través de todo. Quizás caiga ocasionalmente. Pero sabré que él estará esperándome al final de mi lucha – y saldré amado por él.
Mantente en el gran amor de Dios por ti, como lo han hecho pocos. Será tu fortaleza a través de todas las cosas.
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