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jueves, 13 de diciembre de 2012

EN TIEMPOS DE NEHEMÍAS


Vemos este mismo modelo en los
tiempos de Nehemías.

 
En los días de Nehemías, los muros de Jerusalén estaban en ruinas, la ciudad era un literal montón de piedras. Y la iglesia estaba totalmente en decadencia, no había quedado ningún testigo. Los poderes malignos alrededor de Israel les perseguían severamente, burlándose de todo el trabajo que ellos intentaron emprender.

¿Cómo respondió Dios en tal tiempo de ruina? ¿Envió un ejército bien entrenado de Shushan para ayudarles? ¿Envió un guardia del palacio que golpeara con violencia a sus enemigos prominentes? No, de nuevo Dios levantó un solo hombre—Nehemías.

Aquí estaba un hombre con la carga de Dios en su corazón. Nehemías pasó su tiempo orando, ayunando y lamentando, porque estaba quebrantado por la condición de Israel. Profundizó también continuamente en la palabra de Dios, empuñando la profecía y moviéndose en el Espíritu.

Aunque Nehemías sirvió como el copero del Rey Artajerjes, permaneció separado de toda la maldad que lo rodeaba. En medio de toda la sensualidad, inmoralidad e impureza que tenía lugar en Israel, el mantuvo un caminar santo con el Señor. Y, a su vez, todos los que le oían predicar eran purificados en el alma.

Pronto un avivamiento de santidad barrió la tierra. “Los sacerdotes y los Levitas se purificaron, y se purificó el pueblo, y las puertas, y los muros” (Nehemías 12:30). La casa de Dios también fue purificada, con todo lo carnal echado fuera. Nehemías envió obreros al templo, diciéndoles, “Quiero cada pedazo de suciedad fuera de aquí. No dejen nada que tenga que ver con idolatría o sensualidad. ¡Sáquenlo todo y quémenlo!”

¡Amados, éste es el concepto de Dios de avivamiento! Es barrer por todas partes, cada cámara de nuestro corazón que está sucio y sin santificar. ¡Él no quiere que dejemos ningún lugar oscuro!

¿Dónde consiguió Nehemías tal autoridad espiritual, para hacer temblar a los comprometidos, y para traer temor piadoso al templo? El rey no se lo dio. Ningún "ungido" de la iglesia se lo dio. No lo aprendió de ninguna escuela bíblica.

No, Nehemías obtuvo su autoridad sobre sus rodillas—llorando, quebrantado, queriendo conocer el corazón de Dios. Y porque era un hombre de oración, pudo confesar los pecados de la nación entera: “...esté atento tu oído a la oración de tu siervo que hago ahora delante de ti día y noche...y confieso los pecados de los hijos de Israel...yo y la casa de mi padre hemos pecado. En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos...” (1:6-7).

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