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viernes, 17 de agosto de 2012

AL FINAL DE TI MISMO

 
Cuando leemos las palabras de David en el Salmo 38, encontramos a este hombre santo y justo al final de sí mismo. Él estaba abatido y desalentado, y su lucha lo había debilitado de toda fuerza. Escucha su llanto turbado: 

“Estoy agobiado, del todo abatido; todo el día ando acongojado. Me siento débil, completamente deshecho; mi corazón gime angustiado… Late mi corazón con violencia, las fuerzas me abandonan, hasta la luz de mis ojos se apaga… Pero yo me hago el sordo, y no los escucho; me hago el mudo, y no les respondo. Soy como los que no oyen ni pueden defenderse.” (Salmo 38:6, 8, 10, 13-14). 

Cuando leí este salmo, me imagino que David se desplomó en la desesperación. Quizás lo que le molestó más, fue el no poder entender por qué repentinamente había caído tan bajo. Este hombre tenía hambre por el Señor, derramando su corazón a diario en oración. Él reverenció la palabra de Dios, escribiendo los salmos que ensalzaban su gloria. Pero ahora, en su estado depresivo, lo único que podía hacer era llorar, “Señor, estoy al final de mi lazo. ¡Y no tengo la menor idea por qué acontece!” 

Como muchos cristianos desalentados hoy, David trató de averiguar por qué se sentía tan vacío y quebrantado en espíritu. Él tal vez revivió cada fracaso, pecado y acto insensato en su vida. En algún punto él pensó, “Oh, Señor, ¿será que todos mis actos descuidados me han dejado tan herido, que estoy más allá de la esperanza?” 

Finalmente, David razonó que Dios lo estaba disciplinando. Él clamó, “Señor, no me reprendas en tu enojo ni me castigues en tu ira. Porque tus flechas me han atravesado, y sobre mí ha caído tu mano. Por causa de tu indignación no hay nada sano en mi cuerpo; por causa de mi pecado mis huesos no hallan descanso. Mis maldades me abruman, son una carga demasiado pesada.” (Salmo 38:1-4).

Permíteme señalar que David no solo escribió acerca de su propia condición en este salmo. Él describe algo que todos los amantes fieles de Jesús en algún punto en su vida han confrontado. ¡El habla de estar bajo un ataque demoníaco, bajo una plaga espiritual del desanimo! 

Esta clase de espíritu desalentador, viene directamente del vientre del infierno. Y el tiempo viene cuando cada creyente fiel, es agobiado por esta experiencia repentina e inesperada. Ningún cristiano lo atrae a sí mismo, ni el Señor lo manda. Tal ataque generalmente no tiene nada que ver con ningún pecado o falla específica por el creyente. 

Simplemente, el espíritu del desanimo es una arma potente de Satanás contra los elegidos de Dios. A menudo, él lo usa para tratar de convencernos que la ira de Dios vino por nosotros mismos, al no dar la medida a sus estándares santos. Pero el apóstol Pablo nos insta a no caer en las trampas del diablo: “para que Satanás no se aproveche de nosotros, pues no ignoramos sus artimañas.” (2 Corintios 2:11). 

Pablo dice, “¡Tienen que ver su desanimo por lo que realmente es! Es un arma del demonio — una flecha que Satanás les dispara de su aljaba para hacerles dudar de sí mismos. Él sabe que no puede tentarnos para alejarnos de Jesús. Así que él lo inunda con mentiras viciosas, para hacerle pensar que nunca será lo suficiente bueno para servir a Cristo. ¡Él quiere abatirlo tanto que querrá tirar la toalla!”

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