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miércoles, 14 de marzo de 2012

SOLO CLAMAN EN SUS PROBLEMAS

 
El segundo tipo de conversión es lo
que el ejercito llama religión de
“agujero de zorros.”



Este segundo tipo de conversión es lo que le pasa a algunos soldados cuando entran en la guerra. Una vez que escuchan las balas pasarles por el lado y ven las bombas cayendo a su alrededor, miran la muerte a la cara – ¡y rápidamente claman a Dios!

Este es el tipo de conversión que tuvo Faraón. En cierto momento él escuchó siete reprensiones del Espíritu Santo, pero aun no obedecía la orden del Señor que libertara a Israel. Y ahora Dios mando a Moisés a Faraón por octava vez, con este mensaje: “…Jehová el Dios de los hebreos ha dicho así: ¿Hasta cuando no querrás humillarte delante de mí? Deja ir a mi pueblo para que me sirva.” (Éxodo 10:3).

Ya Dios le había avisado a Moisés acerca de cuál sería la reacción de Faraón: “…Entra en la presencia de Faraón; porque he endurecido su corazón…” (Versículo 1). Puedes preguntar, “¿Qué oportunidad tuvo Faraón? Después de todo, el Señor había endurecido su corazón.” ¡No! La redacción aquí puede parecer engañosa. El endurecimiento del corazón de Faraón no sucedió por decreto eterno; más bien, la escritura nos dice en un pasaje anterior: “Pero viendo Faraón que le habían dado reposo, endureció su corazón y no los escuchó, como Jehová lo había dicho.” (8:15).

Cada vez que Faraón se negaba a obedecer la orden del Señor, Dios visitaba a Egipto con una plaga severa. Y cada vez Faraón gritaba, “Esta bien, Señor – haré cualquier cosa que quieras. ¡Solo sácame de este lío!” Pero una vez que era liberado, él siempre volvía a su rebelión.

La Biblia dice lo mismo acerca de los padres de Israel: “Mas ellos y nuestros padres fueron soberbios, y endurecieron su cerviz, y no escucharon tus mandamientos. No quisieron oír, ni se acordaron de tus maravillas que habías hecho con ellos; antes endurecieron su cerviz…” (Nehemías 9:16-17).

Dios siempre sabe lo que hay en el corazón de la persona. Y él sabe cuando alguien oirá pero no obedecerá; escogiendo ir por su propio camino. Él sabía esto de Faraón – porque después de siete reprensiones y plagas de juicio, el corazón de Faraón se endurecía cada vez más.

Ahora una octava plaga estaba a punto de caer sobre los egipcios, y era algo que ellos temían mucho: langostas. A través de la Biblia la langosta significaba ruina y destrucción. En muchos instantes representan la retribución de Dios sobre su pueblo. Ciertamente, el profeta Joel compara a cierto ejercito invasor como un enjambre de langostas: “Y os restituiré los años que comió… la langosta, mi gran ejercito que envié contra vosotros… fuerte es el que ejecuta su orden;…” (Joel 2:25, 11).

Dios no mandaba siempre tales plagas sólo para castigar, sino más bien para efectuar su orden y voluntad divina. Muchos cristianos que conozco conocen esto de primera mano. Ellos han perdido empleos, finanzas, salud, matrimonios, y familias – todo porque una langosta de alcohol y drogas devoró todo en sus vidas. Más sin embargo, fue a través de tales plagas que estos hombres y mujeres se volvieron a Jesús.

En Egipto, enjambres de langostas descendieron sobre la tierra por la noche, devorando todo a su paso – cosechas, plantíos, nuevo crecimiento, hasta la corteza de los árboles. Cuando estos insectos terminaron, no quedo siquiera una brizna de hierba: “Y subió la langosta sobre toda la tierra de Egipto, y se asentó en todo el país de Egipto en tan gran cantidad como no la hubo antes ni la habrá después; y cubrió la faz de todo el país, y oscureció la tierra; y consumió toda la hierba de la tierra, y todo el fruto de los árboles que había dejado el granizo; no quedo cosa verde en árboles ni en hierba del campo, en toda la tierra de Egipto.” (Éxodo 10:14,15).

El enjambre masivo llenó las casas egipcias. Dondequiera que la gente se volvía, veían langostas – en el suelo, donde se amasaba harina, en la leche, en sus ropas, y en sus camas. Estas langostas movían sus alas con un sonido aterrador y mordían y masticaban todo a su vista. Dentro de pocos días, Egipto estaba en la ruina total.

En este punto, una palabra pequeña pero muy importante aparece en la escritura – la palabra “entonces.” “Entonces Faraón se apresuró a llamar a Moisés y Aarón, y dijo: He pecado contra Jehová vuestro Dios, y contra vosotros.” (Versículo 16).

Faraón confesó su pecado, admitiendo su maldad. Y sonaba como que su arrepentimiento fue sincero y completo. Pero, ¿qué motivaba su arrepentimiento? La escritura lo dice claramente, en las propias palabras de Faraón: “Mas os ruego ahora que perdonéis mi pecado solamente esta vez, y que oréis a Jehová vuestro Dios que quite de mi al menos esta plaga mortal.” (Versículo 17). Faraón estaba diciendo, “Sí, he pecado – y lo siento. Ahora, apresúrate, Moisés y sácame de este lío. Ora a tu Dios por mí. Estoy en problemas, ¡y tengo que recibir alivio!”

Faraón se dio cuenta que estaba a punto de perderlo todo – así que se arrepintió con la esperanza que Dios lo libraría del lío en el cual se había metido. ¡Todo lo que el quería era ser aliviado de su problema!

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