¿Quién le dijo que usted es indigno -- bueno para nada, inútil, inservible para Dios? ¿Quién le sigue recordando que usted es débil, impotente, un fracaso total? ¿Quién le dijo que usted nunca llegará a la medida de Dios?
¡Todos sabemos de donde viene esta voz: es el diablo mismo! él es quien lo mantiene convencido de que Dios está enojado con usted. ¡Usted oye sus mentiras todo el día -- y ellas vienen directamente de las profundidades del infierno!
¿Quién le dice a los miembros del coro que ellos no son dignos de cantar alabanzas en la casa de Dios? ¿Quién le dice a los músicos de que ellos no son dignos de tocar instrumentos en el culto? ¿Quién le dice a los ancianos, ujieres, maestros de escuela dominical, voluntarios, personas en el ministerio, personas en los altares que ellos son indignos? ¡Quién les recuerda de cada pecado y fracaso, acusándolos: "¡Ustedes tienen manos impuras, un corazón impuro! Ustedes no tienen derecho de tocar las cosas santas de Dios. ¡Ustedes son una vergenza para El Señor!"
¡Esa es la voz acosadora del diablo -- el acusador de los hermanos! él le dice, "Dios no puede usarte hasta que te sientes y pongas las cosas en orden. ¡Tu no puedes venir a Su casa hasta que seas digno!"
Muchas personas que están leyendo este mensaje en este mismo instante han sido convencidas por el diablo de que ellos nunca serán dignos de ser usados por Dios. ¿Le describe esto a usted? Incluso quizás se sienta indigno de ser llamado hijo del Señor. Cuándo usted mira su vida espiritual, todo lo que ve es inconsistencia. Y el enemigo le sigue mandando un bombardeo constante de mentiras -- recordándole de sus fracasos, siempre acosando su espíritu.
Ahora usted ha comenzado a pensar, "Amo al Señor con todo lo que está en mí. ¡Pero hay fracaso en mi vida! Yo no soy un siervo consistentemente fiel. Tengo que combatir todavía las grandes tentaciones, cosas que me desalientan. Yo nunca llegaré a esa altura. ¡Yo nunca seré lo qué Dios quiere que sea -- y lo que quiero ser!"
¡Permítame parar aquí y confesarle algo: en ningún momento, en todos mis años de ministerio, me he sentido digno de mi llamado como predicador! A través de mi servicio al Señor, yo he sido bombardeado por acusaciones de que soy indigno de hablar para Dios -- indigno de predicar, de enseñar a otros, de ser un líder.
Mas no sé de algún cristiano sincero usado por Dios que no haya experimentado esto. William Bradford, el gran ministro Puritano, dijo, "Pienso a veces que tengo el corazón más negro de toda Europa." Seguía oyendo las acusaciones de que era completamente indigno. Y cada vez que hablaba o predicaba, algo se revolvía en su estómago -- una ansiedad, un temor, una inquietud en cuanto a pararse ante la gente. ¡Ese gran predicador sentía una sensación increíble de indignidad!
Por supuesto, en nuestra carne somos indignos. Nunca podemos ser dignos por nosotros mismos. Pero muchos creyentes permiten que Satanás les robe vida preciosa creyendo sus mentiras acerca de cómo Dios los ve. Creen que ellos nunca podrán ser dignos a Su vista.
Cuando tales cristianos abatidos oyen predicar duramente en contra del pecado y del compromiso, caen inmediatamente bajo condenación. Ellos piensan, "Sigo siendo débil. Yo no tengo la victoria total. ¡Estoy atrapado en una guerra continua!"
Luego otro pensamiento viene a inundarlos: "Tu debes apartarte -- retirarte de todo servicio - - hasta que pongas las cosas en orden. ¡Si sigues tratando de hacer el trabajo de Dios y adorando mientras estás en esta lucha, serás juzgado!"
Ocasionalmente, los pastores tienen que pedirle a obreros de la iglesia que se "sienten" por una temporada -- esto es, apartarse de sus deberes del ministerio -- para poner ciertos aspectos de su vida en orden. En la Iglesia de Tiempo de Cosecha, nosotros hacemos esto cuando alguien está ciego a su pecado y no ve que está equivocado. Y a veces tenemos que hacerlo cuando una persona vive abiertamente, ostentosamente en pecado, sin señal de arrepentimiento. Eso tiene que tratarse.
Pero yo estoy hablando acerca de algo completamente diferente -- algo con lo que cada cristiano debe tratar. ¡El hecho es, si cada hijo de Dios escucha las acusaciones del diablo, todos los ministerios tendrían que cerrarse por completo! ¡No habría iglesia -- porque no habría nadie parado en el púlpito, nadie sentado en el piso del coro, nadie como ujier, nadie enseñando la escuela dominical -- y nadie en la congregación! Todos seríamos echados fuera de las bendiciones de Dios -- y el Señor no obtendría ninguna de la adoración que debe tener de nosotros.
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