Cualquier creyente que se aferra a un pecado secreto,
o cualquier cosa contraria a la Palabra de Dios,
¡no podrá oír la verdadera voz de Dios!
Cualquiera que se aferra a un pecado, nunca aceptará la verdad cuando la escuche. ¿Por qué? ¡Es porque cada ídolo lleva consigo una mentira que será aceptada como verdad!
Cuando el Espíritu Santo convence a un creyente de un pecado o hábito en particular, él va una y otra vez con advertencias amorosas. El Espíritu de Dios es tierno, paciente, amante - y él esperará que el creyente responda antes de traer disciplina. Él martillará continuamente el compromiso de esa persona con su palabra convincente.
Pero cuando todos los llamados y advertencias del Espíritu han sido ignorados y el pecado se arraiga, la sanción es el castigo, y finalmente el juicio. Dios permitirá la ceguera de los ojos y una dureza de corazón. Y en este punto, es imposible para el pecador habitual ver su propia depravación. Eventualmente, si estos terribles juicios no son atendidos, la dureza del corazón se volverá impenetrable.
La Biblia nos dice que Saúl fue al Señor una y otra vez a consultarle, pero Dios se negó a hablarle. El Señor podría haber dicho a Saúl lo que dijo a los ancianos que fueron a Ezequiel: “¿Debo ser yo consultado por uno cuyo corazón está cegado por orgullo y manifiesta rebelión?”
Aquí está el triste testimonio de este rey idolatra: “Y Saúl respondió: Estoy muy angustiado… Dios se ha apartado de mí, y no me responde más, ni por medio de profetas ni por sueños.” (1 Samuel 28:15). Saúl podía llorar, podía buscar profetas, podía orar por sueños - pero el Señor respondió, “No, Saúl. ¡No te hablaré más - porque tu corazón está cautivado por un ídolo!” Dios no habló a Saúl por el resto de su vida. En este punto, el afligido rey consultó a una bruja para tratar de encontrar una palabra clara. Al final, él murió en completo terror.
El libro de Jeremías nos dice que Efraín cayó bajo los severos castigos del Señor por causa de su pecado. Pero Efraín se arrepintió, echando lejos sus ídolos y quebrándolos. Aquí está el testimonio del hombre: “Porque después que me aparté tuve arrepentimiento, y después que reconocí mi falta.” (Jeremías 31:19).
¿Entiendes tú lo que Efraín está diciendo aquí? En esencia, es esto: “Cuando yo tenía ídolos en mi corazón, yo iba al Señor por instrucción, pero no podía conseguir palabra del cielo. No tenía ninguna noticia de Dios - hasta que me arrepentí y quebré mis ídolos en pedazos. ¡Entonces conseguí instrucciones claras!”
Solo rechazando los ídolos con sincero arrepentimiento puedes oír la verdadera palabra de Dios - recibir claridad, guía divina. Tú ves, cuando te arrepientes, lo primero que vuelve es tu discernimiento, la misma sabiduría de Dios. Y mientras te alejas de tu pecado, se te aclarará la visión y el oído. La voz de Dios vendrá distinta, clara, con la autoridad de la verdad.
Pero cristianos que buscan a Dios mientras se aferran a un ídolo nunca oirán voz alguna, ¡excepto la voz de su propio corazón! De hecho, su propio deseo asumirá una voz - y finalmente esos creyentes comenzarán a creer que esa es la voz de Dios.
Amado, si te niegas a abandonar un pecado secreto, tú no necesitas ayunar ni tratar de orar. Tus esfuerzos serán todos en vano. Dios dice: “(Tus) iniquidades testifican contra (ti)… cuando ayunen, yo no oiré su clamor, y cuando ofrezcan holocausto y ofrenda, no la aceptaré.” (Jeremías 14:7,12).
Peor todavía es esta palabra: si tú vienes al Señor mientras consientes un tropiezo de iniquidad, Dios no te rechazará. Él contestará tu oración. Pero la palabra que recibas será alarmante, temible: “Yo el Señor responderé al que viniere conforme a la multitud de sus ídolos” (Ezequiel 14:4).
Por ejemplo: Israel vino a Dios clamando por un rey. Sus corazones estaban llenos por un anhelo de ser como las otras naciones, y esto vino a ser su ídolo. Así, Dios les respondió conforme a su deseo: “Te di rey en mi furor, y te lo quité en mi ira” (Óseas 13:11).
Dios dice: “Si, yo responderé tu oración, pero yo conozco el deseo que ha cautivado tu corazón. Yo sé que no escucharás cualquier palabra que yo te dé. De modo que te responderé conforme al deseo de tu corazón. Te daré lo que pides - ¡hasta que te enfermes de ello!”
Cuando la gente coronó al rey Saúl, ellos pensaron: “Dios nos ha oído. Él ha respondido a nuestras oraciones. ¿No es maravilloso? ¡El Señor está con nosotros! Pero Dios había respondido en su ira - ¡conforme a la idolatría de sus corazones!
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