Ciertos ancianos de Israel fueron al profeta Ezequiel buscando dirección y guía del Señor. Estos hombres no eran como la mayoría de los israelitas, que doblaban sus rodillas públicamente a los ídolos. No, tú no encontrarías a estos ancianos en algún templo de ídolos, ofreciendo sacrificios a los falsos dioses allí. Ellos eran líderes del pueblo - y ellos querían parecer hombres piadosos delante de los demás.
Pero por dentro, ¡estos líderes eran como sepulcros blanqueados! Exteriormente, ellos tenían apariencia de hombres con un corazón para Dios y querían conocer su palabra para sus vidas. Y de esta manera ellos se acercaron a Ezequiel.
Sin embargo, Dios le reveló a Ezequiel lo que había en sus corazones. Él dijo al profeta: “Hijo de hombre, estos hombres han puesto sus ídolos en su corazón…” (Ezequiel 14:3). El Señor estaba diciendo: “Estos hombres vienen a ti diciendo que buscan oír una palabra mía - que buscan caminar en obediencia a mis mandamientos, pero ellos están mintiendo. ¡Ellos tienen pecados ocultos en sus vidas!”
Todos estos ancianos tenían una idolatría oculta, secreta. Sus corazones estaban esclavizados a pecados que ellos consentían a puertas cerradas. Nadie podía decir esto por su apariencia. Al contrario, ellos no vinieron como paganos o adoradores de ídolos, sino como hombres de Dios respetados y ocupados en sus ministerios.
El ídolo de un anciano podía ser distinto al de otro. Para algunos, podía ser un anhelo de reconocimiento, hambre por poder. Para otros, podía ser algún placer carnal secreto. Otros podían estar aferrados a una relación ilegítima - una aventura de adulterio o pecado de homosexualidad. Pero con cada uno de ellos una guerra rugia en sus almas. Ellos estaban atrapados en dos corrientes poderosas: por un lado ellos querían escuchar a Dios - y por el otro, su ídolo oculto se levantaba ante sus ojos.
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