Quienes son usados por Dios, son muy sensitivos a sus propios pecados y también sufren amargamente por los pecados del cuerpo de Cristo
Esdras fue un escriba piadoso que amó la ley de Dios y caminó prudentemente delante de Dios. Fue también un guerrero de oración y un fiel predicador de la Palabra de Dios. Sería difícil creer que este hombre pudiera necesitar arrepentirse de algún pecado.
Pero su corazón se quebró al ver los términos medios del pueblo. Cuando fue a Jerusalén, él vio impureza, idolatría, matrimonios mixtos. Por supuesto, él no estaba practicando ninguno de estos pecados - aún así, no fue arrogante y no dijo: “Todos a mi alrededor pueden ser apartados, ¡pero mi corazón es recto delante de Dios.” ¡No! En vez de eso, Esdras se postró en el suelo, llorando y confesando los pecados del pueblo como si hubiesen sido suyos. Se identificó así mismo con el pueblo de Dios - ¡y compartió la vergüenza de ellos!
“… Oraba Esdras y hacía confesión, llorando y postrándose delante de la casa de Dios… No comió pan ni bebió agua, porque se entristeció a causa del pecado de los del cautiverio.” (Esdras 10:1,6). “… Me postré de rodillas, y extendí mis manos a Jehová mi Dios, y dije: Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo.” (Esdras 9:5,6).
Esdras, no sólo confesó sus debilidades, sino que también confesó los pecados de toda la congregación. Sintió y expresó dolor y tristeza por el pecado que se había extendido a través de la casa de Dios. Le pregunto a usted: ¿Tomo usted al arrepentimiento de una manera tan seria como ésta?
Daniel tuvo el mismo tipo de corazón arrepentido. Fue un hombre recto, de oración y devoción, quien vivió de una manera tan santa, que usted no hubiese esperado encontrarlo arrepintiéndose. Pero el corazón de Daniel fue sensitivo al pecado y también se identificó con los horribles pecados del pueblo: “Oh Jehová, nuestra es la confusión de rostro, de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres; porque contra ti pecamos… Hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas. No hemos obedecido a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra.” (Daniel 9:5-10).
Daniel repetidamente usó “nosotros”. En esencia, dijo: “¡Cada uno de nosotros está afectado!”.
La clave de todo esto se encuentra se encuentra en este versículo: “Aún estaba hablando y orando, y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel, y derramaba mi ruego delante de Jehová mi Dios por el monte santo de mi Dios.” (Daniel 9:20).
Amado, el Señor me hizo entender esto en estas últimas semanas. Supe que se había levantado una calumnia sobre mí. Eso hirió mi corazón muy profundamente. Lloré a solas por unos días, pidiéndole al Señor: “¿Por qué a mí, Señor?
A la siguiente semana fui con un amigo y empezamos a conversar sobre la calumnia. Yo nombré a esa persona que me había calumniado y acentué cada cosa mala que este individuo había dicho. Me quejé, diciendo: “¡Esto es toda una mentira que salió del mismo infierno, y estoy muy herido!”
Esa noche en casa, el Espíritu de Dios me habló: “¿En qué ha sido diferente lo que tú has hecho con tu amigo de lo que te han hecho a ti?” Pensé: “¿Qué estás diciendo, Señor?” El Espíritu susurró: “Tú calumniaste a ese individuo también, al decir lo que él te había hecho. ¡Eres tan culpable como él!” ¡Yo había repetido cada cosa que se me había dicho en privado y la planté en alguien más! Inmediatamente, caí delante del Señor arrepentido. Y desde entonces, él ha estado mostrándome cuán cuidado debo tener con mis palabras.
Alguien me llamo un día para hablarme de un evangelista, mensionaba los mal que este se había comportado cuando le visitó. Yo conocí a ese varón.
El Espíritu Santo sacudió mi corazón mientras todavía estábamos en el teléfono. Le dije al pastor rápidamente: “Hermano, vamos a dejar el tema - ¡no diga ni una palabra más! Déjelo en las manos de Dios.” No quería contaminar mis labios o envenenar mi espíritu. Y creo que si hablara hoy con el evangelista calumniado, el diría: “Sí, sé que esos rumores están circulando y eso me duele.”
Tuve que tratar en mi propio corazón con las cosas horribles que había oído sobre este hombre. Se había plantado en mí una semilla de desconfianza, y todavía me siento adolorido por esto. Ahora la única manera de lograr que esa semilla salga es orar por mi amigo evangelista y amarlo. ¡Solamente entonces se podrá desarraigar toda la basura!
Un hombre en nuestra iglesia se me acercó recientemente después de un servicio. Me dijo que había estado hablando mal en nuestra congregación sobre la iglesia a la que había pertenecido anteriormente. Pero Dios le convenció acerca de sus calumnias y ahora él se sentía miserable por esto. El problema era que él había acabado de recibir una llamada de un hombre de esa congregación a la que él había pertenecido, que aún cuando todavía asistía a ella, quería chismear acerca de ella. El hombre me dijo: “Sé que cuando viene a mi casa, va a hablar de nuestra antigua iglesia. Pero yo no quiero escuchar más chismes. ¡Ya me cansé!”.
Las semillas de calumnia tan sólo traen dolor - ¡tanto para el que las planta como para el que las escucha!
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