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miércoles, 25 de mayo de 2011


Nada endurece mas el rostro
que el pecado y la preocupación!


El hombre impío endurece su rostro (Proverbios 21:29).

Si vives en la ciudad de Talara, todo lo que tienes que hacer es mirar las calles a tu alrededor y veras rostros avejentados y endurecidos por el pecado! Los visitantes no lo entienden. Aquí la gente se ve diez años mayor que su edad real. El pecado avejenta rápido!

Recuerdo años atrás, a un joven saliente en sus veintes que se había recuperado de una larga adicción a ña droga. El estaba tratando de dejar ese vicio y buscar un empleo pero su rostro se había avejentado como treinta años! Yo le vi, y verdaderamente, su rostro estaba marcado por el pecado y dureza. Finalmente, dejo de insistir, porque su piel se había arrugado y endurecido.

Por otro lado, yo veo cambios milagrosos en los rostros de hombres y mujeres que entran a las casas de oración. Ellos entran a nuestras iglesias con pavor, rostros caídos y dentro de días, mientras Jesús sana al hombre interior, ellos comienzan a brillar. Tal parece que se hubieran hecho alguna cirugía estética literalmente, una cirugía por el Espíritu Santo!

Un joven vino a la congregación hace un tiempo con líneas de pecado marcadas profundamente en su rostro. Su rostro era extremadamente duro, sin embargo, dos semanas después que fue salva; nadie podía creer el cambio. Ni yo lo reconozco!

La preocupacin también puede endurecer el rostro de una persona, tanto como el pecado. Todos sabemos que como cristianos no debemos preocuparnos. Nuestro Señor esta muy al tanto de nuestras necesidades y problemas. Sin embargo, puedes decir, Vamos, hermano Israel. Usted se preocupa, no es así? Por supuesto que si pero no estoy supuesto. (Y me pregunto cuantas arrugas en mi cara serán un día el resultado de la preocupación!)

Yo creo que nuestra religión es una del rostro. Cuando permitimos que Jesús sea nuestro Señor sobre todo cuando echamos todos nuestros cuidados sobre él, confiando plenamente en su Palabra y descansando en su amor, nuestra apariencia debe sufrir un cambio profundo. Una calma quieta debe irradiar de nuestro semblante.

Las Escrituras nos dan muchos ejemplos de esto: Cuando Ana entrego su carga, y (su cara) no estuvo mas triste (1 Samuel 1:18). Su rostro ya no estaba marcado con angustia ni tristeza. El gozo irradiaba de ella!

Cuando Esteban estaba ante los hostiles y enojados hombres del Sanedrín, su rostro [brillaba] como el rostro de una ángel (Hechos 6:15). Esteban estuvo ante incrédulos con el brillo de Jesucristo y la diferencia fue clara ante todos!

Los hombres en ese Cónsul de esa sinagoga estaban tan enojados con Esteban, crujan los dientes contra él. (Hechos 7:54). Has tenido alguna vez a gente enojada crujiendo sus dientes hacia ti? Si es así, probablemente recuerdes exactamente lo que ese rostro reflejaba! Un corazón sin Jesús.



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