“Y el Espíritu es el que da testimonio; porque el Espíritu es verdad.” (1 Juan 5:6)
Hace varios años atrás me invitaron a una reunión de avivamiento en una iglesia. La gente estaba muy entusiasmada acerca de una “cruzada exitosa” llevada a cabo por dos jóvenes evangelistas.
Finalmente, fui a uno de sus servicios y me sentaron al frente con el equipo de ministerio. ¡Lo que menos me sospechaba era que estaba a punto a soportar una experiencia terrible!
La gente estaban llamando a este par un “poderoso equipo evangelístico.” Uno predicaba y el otro cantaba y tocaba el órgano. Pero mientras comenzaba el servicio y yo observaba a estos dos hombres jóvenes, algo en lo más profundo de mí comenzó a moverse como con un tic nervioso. Sentí una inquietud extraña.
Antes de que el joven predicador comenzara su mensaje, él animó al público. Él tenia un bonito juego de regalos en una caja que él daba cada noche a la persona que trajera más visitantes. Había tostadoras, radios, licuadoras — ¡hasta una bicicleta la última noche!
Su predicación no era más que una historia excitante detrás de otra. Al gentío le gustó—pero yo ¡sentía nauseas! Ahora la inquietud dentro de mi habló fuerte y claro: “Esto no es de Dios — ¡todo es carnal! Algo malo esta tomando lugar aquí. El Espíritu Santo no está aquí. Esos dos evangelistas son homosexuales — ¡y están engañando a todo el mundo!
Esa noche me sentí enfermo, mi pena fue indecible — ¡pero todo fue porque el testimonio del Espíritu estaba operando en mí! El pastor estaba tan entusiasmado por la muchedumbre que echó a un lado todo discernimiento. Y a la gente le gustaba este espectáculo carnal porque se habían cegado espiritualmente — ¡ellos simplemente seguían al pastor!
Pocos años después, vi a esos dos evangelistas en un viaje a lima. Esta vez el testimonio del Espíritu me dijo que los confrontara. Nos saludamos y entonces – sin ninguna malicia en mi voz – dije: “Yo sé lo que ustedes dos son – ustedes son homosexuales. Por favor, ¡dejen de mofarse del Señor! Salgan y búsquense otro trabajo. Dios no les permitirá que sigan con esta farsa. ¡No quisiera verme obligado a descubrirlos!”
Mi advertencia no pareció molestarle a ninguno de los dos. Un tiempo después yo estaba en lima otra vez para una cruzada. Tarde esa noche después del servicio tuve hambre, así que mi anfitrión me llevó en auto a un restaurante lejano, como a media hora de camino. Mientras entrábamos, ¿a quien vimos sentados en una mesa cercana, entreteniendo a dos hombres muy afeminados? ¡Eran los dos jóvenes evangelistas! Cómo se sorprendieron cuando pasé por su mesa. ¡Sabían que habían sido atrapados!
No mucho tiempo después fueron descubiertos y dejaron el ministerio. ¡El Espíritu Santo confirmó lo que él me había mostrado años antes! Sin embargo, lo que más me asustó de esta experiencia fue que todos los pastores de las grandes iglesias que habían invitado a estos jóvenes nunca discernieron lo que eran. ¡Nadie tuvo el testimonio del Espíritu para exponerlo todo!
Dios le había dado a ese pastor lo que él codiciaba: una casa llena y gran multitud. ¡Pero le había costado el testimonio del Espíritu! Él estaba ciego — ¡él había perdido todo discernimiento! Cada persona llena del Espíritu que vivía una vida santa en esa iglesia reconoció el fraude en los primeros cinco minutos — ¡y salio de allí! Estos tenían el testimonio interior del Espíritu — ¡y no podían soportar estar en la presencia de esos hombres!
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