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lunes, 14 de marzo de 2011

CREYENTES ORGULLOSOS

 
 ¡No puede existir una voz interior
del Espíritu en un creyente orgulloso!

Déjame hacer la distinción entre el orgullo y la humildad, pronto: 

Una persona humilde no es una que se menosprecia, anda con la cabeza colgando y dice: “Soy nada.” Más bien, él es uno que depende completamente en el Señor para todo en toda circunstancia. Él sabe que el Señor tiene que dirigirlo, darle poder y vida – ¡y que él esta muerto sin eso! Él dice: “No haré nada hasta que tenga la mente de Dios. ¡No actuaré hasta que él me ordene!” 

Una persona orgullosa, por otra parte, es uno que puede amar a Dios a su manera, pero actúa y piensa por su propia cuenta. En su raíz, el orgullo es simplemente ser independiente de Dios. Y la persona orgullosa toma decisiones basándose en su propio razonamiento, destreza y habilidades. Él dice: “Dios me dio una buena mente, y él espera que yo la use. Es una tontería pedirle dilección en cualquier detalle de la vida.” 

Esta persona no se puede enseñar porque él ya “lo sabe todo.” Él puede escuchar a alguien con más autoridad o mejor conocido que él—pero no a alguien que él piensa que es inferior. ¡Yo sé que esto es cierto porque en un tiempo eso me describía a mi! 

Yo era un joven evangelista volando muy alto, conocido. Yo podía escuchar a cualquier conocido hombre de Dios. ¡Pero rara vez escuchaba a una persona desconocida! Cada vez que algún predicador trataba de decirme algo, recibía cinco minutos de mi tiempo antes de ser rechazado cortésmente. Yo razonaba: “Tengo toda esta experiencia. He pasado aguas tan profundas. A no ser que ellos tengan la misma experiencia, ellos no tienen nada que decirme.” 

En años recientes, pensé que Dios le había dado un puñetazo mortal a esa actitud en mí. ¡Entonces sucedió algo hace unos meses que me hizo ver que quizás aun tenga algo! 

Una persona en nuestra lista de correos me envió un audio de enseñanza de un hombre desconocido para mi. Lo escuche por quince minutos, y me di cuenta que este hombre desconocido estaba diciendo la verdad. El testimonio del Espíritu me dijo que estaba escuchando a un hombre verdaderamente santo y humilde. 

Entonces el predicador dijo que no tenía educación. Él no había estudiado; solo el Espíritu le había enseñado. Él explico que el único libro que él había estudiado durante los últimos quince años era su Biblia. 

Por un momento fugaz pensé: “Este hombre no me puede enseñar nada. Yo soy un ávido lector—universitario . ¡Pero él suena como que nunca ha leído un libro!” Así que apagué el Audio.

Entonces el testimonio del Espíritu me dijo claramente: “Préndelo otra vez. ¡Él tiene mucho que enseñarte!”

Ahora he escuchado a otros que tiene el don del Espíritu Santo – ¡y he sido grandemente bendecido! ¡Sin embargo, mi ciego orgullo me hubiera robado de algo que Dios quería para mi crecimiento!

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