Somos malagradecidos, y a menudo convertimos nuestra liberación en desastre. Eso fue lo que le paso a Hezequías. Dios manda a un profeta para que le advirtiera que debía prepararse para morir, diciendo, “Morirás y no vivirás.” Hezequías lloró, se arrepintió y le rogó a Dios por quince años más. Dios contestó su oración; le concedió una nueva vida. El primer año del aplazo, hizo compromiso, exponiendo a Israel a reyes enemigos. Él trajo desastre sobre su familia y su nación.
Hay otros momentos cuando Dios se niega a contestar nuestra petición, porque él tiene “algo mejor.” Él contestara, pero no lo reconoceremos como tal. Lo veremos como rechazo – pero, a través de todo, Dios estará haciendo su perfecta voluntad. Encontraras este principio obrando cuando Israel era llevado cautivo a la tierra de los caldeos. “Que desastre,” clamaron. “Dios ha rechazado nuestras oraciones; somos abandonados. Dios ha vuelto hacia nosotros oídos sordos.”
Aquellos que quedaron en Jerusalén se hincharon pensando que Dios había contestado su oración y los había bendecido al permitirles quedarse. Pero aquellos que quedaron atrás fueron destruidos totalmente por la espada, hambre y pestilencia – hasta que todos fueron consumidos (Jeremías 24:10).
Pero aquellos que fueron llevados cautivos se les dijo, “… a los cuales eché de este lugar a la tierra de los caldeos, para su bien.” (Jeremías 24:5). Ellos nunca reconocieron la obra de Dios, preservando un remanente, pero aquellos que fueron “salvados a través del sufrimiento” regresaron a reconstruir la tierra.
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