Los apóstoles vieron en la persona sobrenatural del Rey, una sombra de la grandeza y gloria de su reino (2 Pe. 1:16). Como el Hijo de Dios encarnado, y teniendo toda potestad en el cielo y en la tierra, su reino sobre la tierra no podía compararse con otros reinos terrenales. Su símbolo era la Santa Ciudad, que descendería desde el cielo proveniente de Dios. Y, como el Rey era un hombre que había resucitado de los muertos y llegado a ser inmortal, así podía ser el gobernante perfecto de parte de Dios a través de todas las edades, así serán también todos aquellos que le ayudarán en la administración de su gobierno. Sus reyes y sacerdotes deben ser hechos semejantes a Él; solamente bajo este tipo de gobierno celestial podrá establecerse un orden social perfecto, y todas las naciones habitarán en paz bajo Su reinado.
Los apóstoles siempre distinguieron claramente entre la acción sacerdotal actual del Señor en el cielo que comenzó con su ascensión, y su futura función como Rey aquí en la tierra. Él ha ido al Padre para ser el gran Sumo Sacerdote, siempre intercediendo en el Lugar Santísimo. Cuando esta obra de intercesión sea terminada, y la iglesia, Su cuerpo, sea reunido y perfeccionado, entonces y sólo entonces vendrá para sentarse sobre el trono de su gloria y así comenzar Su obra como Juez y Rey (Mt. 25:31). En el momento de su ascensión, fue investido de toda autoridad; sin embargo, la ejecución presente de ella es providencial e invisible. Ahora mismo, Su autoridad es suprema – aunque el mundo todavía no lo conoce ni lo reconoce como Rey. La esfera de Su gobierno visible está actualmente en la iglesia misma, donde Su voluntad es dada a conocer por el Espíritu al escoger a Sus ministros, y a Su completa administración.
Hasta que Él regrese y tome el reino, será su gobierno sobre las naciones revelado, y todos los gobernantes humanos lo reconocen a Él como la fuente de Su autoridad. Entonces, Él “toma para Sí mismo gran poder, y reina.” Hasta ese tiempo, la iglesia deberá estar en el mundo, así como Él lo estuvo, Sus derechos divinos no han sido reconocidos, sino rechazados y expuestos a la enemistad y reproche. La iglesia no puede reinar con Él, hasta que Él venga a establecer Su reino.
Ese es el concepto apostólico del reino de Cristo. Esto difiere en gran manera con aquellos que enseñan que Cristo comisionó a la iglesia para que administrara el reino en su ausencia, y traer a todas las naciones a su obediencia – para traerlo de regreso como rey a un mundo en el que todos los enemigos ya están puestos debajo de sus pies. Ellos enseñan que Cristo puede regresar, sólo después que todas las naciones crean en Él, y justicia y paz llenen la tierra. Esto es un alejamiento radical de lo que los apóstoles enseñaron.
Roma desarrolló totalmente esta doctrina de dominio, siglos atrás. Fue formulado por Agustín en su “Ciudad de Dios.” Entonces la iglesia empezó a reclamar que habían de gobernar a favor de Cristo en su ausencia. Llevaron la enseñanza hasta su lógica conclusión, asegurando la absoluta supremacía de su obispo – el Papa.
Cuándo el primer amor se enfría y el regreso del Señor está retrasado indefinidamente, los de Laodicea se cansan de cargar la cruz y empiezan a preguntar, “¿No son estas palabras descorazonadoras del Señor y los apóstoles, limitadas a sus propios días? ¿Acaso ha de continuar esta hostilidad del mundo hacia la iglesia hasta el final? ¿Cómo puede ser esto conforme a Su misión divina y a Su evangelio de amor? ¿Acaso Él no ha dicho que el evangelio debe ser la levadura fermentando la comida, y como la semilla de mostaza convirtiéndose en un árbol? ¿Acaso Él no ha dicho que “todo el poder es ahora mío”? ¿No se llama a Sí mismo “El Príncipe de los reyes de la tierra?” ¿No debe el hombre fuerte, Satanás, ser atado antes de que nosotros podamos saquear sus bienes?” Y cuando en el cuarto siglo, Constantino, el emperador romano, se convirtió en un creyente y el cristianismo tenía el poder imperial tras él, llegó a ser casi la creencia universal que el día de sufrimiento y persecución había pasado. De todas las bases cristianas se levantó un clamor de júbilo, “¡Satanás está atado; el día de triunfo ha llegado; Cristo está reinando a través de Su iglesia!” Ahora las profecías pueden cumplirse: “Todas las naciones vendrán a Su luz, y los reyes al resplandor de Su nacimiento.” ¡Qué engaño resultó ser!
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