El camino de entrega lleva a una sola ambición
Pablo no tenía otra ambición, ninguna otra fuerza que lo llevara en la vida, que esta: “ganar a Cristo.” (Filipenses 3:8).
Leí el testimonio de un joven predicador de Dios quien es amigo de muchos otros pastores jóvenes en su nación. El mencionaba cual era el problema numero uno entre sus compañeros. Él dijo: “La presión de ser exitosos.” Su respuesta me asombró. Yo sabía que la motivación del éxito es común en nuestra sociedad secular. ¿Sería también una plaga en la iglesia? Él explicó: “Los ministros jóvenes piensan que deben producir rápidamente grandes números en su iglesia. Ellos sienten una gran presión por ver crecimiento de la noche a la mañana.”
Esto es también un problema para los ministros que ya son mayores. Ellos han estado laborando por muchos años, esperando ver crecer a sus iglesias. Entonces, cuando un pastor nuevo y joven llega a la iglesia y ésta comienza a crecer, los pastores ya mayores comienzan a sentir la presión de hacer lo mismo. Se apresuran en asistir a conferencias sobre cómo hacer que su iglesia crezca. Buscando técnicas para así expandir sus números.
Leí otro testimonio que decía lo siguiente: “Nuestro pastor acaba de volver de una conferencia y está muy entusiasmado sobre una “nueva formula para el éxito.” Dijo que nuestros servicios tienen que ser más favorables hacia los pecadores. Así que ha cambiado totalmente la adoración como también sus sermones. Ahora la iglesia es un lugar distinto, ha cambiado. Hace pocos meses que el Espíritu Santo se movía con poder aquí. Pero ahora la gente se está yendo porque el Espíritu de Dios ya no está.
Un pastor quedó asombrado por el consejo de un experto en crecimiento. Le dijeron: “Tu iglesia no va a crecer si todo lo que ofreces es a Jesús.” ¡Este “experto” pasó a Cristo por alto! La respuesta que concierne a cada iglesia esta accesible inmediatamente, pero este hombre erró en conocerla. ¿Cómo? Él se desvió de la ambición que Pablo dice que es necesaria tener: ganar a Cristo.
Por los estándares modernos del éxito, Pablo era un fracaso total. Él no construyó ningún edificio. Él no tenía una organización. Y los métodos que él usó fueron despreciados por otros líderes. De hecho, el mensaje predicado por Pablo ofendía a grandes números de sus oyentes. Hubo momentos en que fue apedreado por lo que predicaba. ¿Su tema? La cruz.
Por otro lado, ministros jóvenes decían de un pastor: “Hermano ..., usted es un éxito. Usted tiene un ministerio mundial. Usted pastorea a una iglesia grandísima. Hasta ha escrito un libro de gran venta. Su reputación ya está establecida para toda la vida. ¿Qué cree usted de mí? ¿Por qué no puedo tomar su mismo camino?”
El pastor dijo que quería contestarle; “Pero yo he pagado un precio. Usted no sabe las adversidades que he tuve que pasar en este camino.” No, esa no es la respuesta. El hecho es que conozco hombres que son mucho más piadosos que yo, que han sufrido mucho más de lo que yo puedo imaginar. Ellos han sido fieles y devotos, soportando sufrimientos horribles, algunos a punto de morir. Sin embargo, los nombres de estos hombres no son conocidos ante mundo.
Ese no es el punto. Cuando estemos delante de Dios en el día del juicio, no seremos juzgados por nuestros ministerios, logros, o numero de convertidos. Solo habrá una medida de éxito en ese día: ¿estaban nuestros corazones completamente rendidos a Dios? ¿Hicimos a un lado nuestra voluntad y agenda y tomamos los de Dios? ¿Nos rendimos ante la presión de nuestros compañeros y seguimos la muchedumbre, o buscamos estar a solas con él buscando dirección? ¿Corríamos de seminario en seminario buscando el propósito en la vida o encontramos nuestra plenitud en él?
He sido llamado a predicar la palabra de Dios desde que tenía 23 años de edad. Y puedo decir honestamente que en toda mi vida, mi mayor gozo ha sido escuchar al Señor. Sé que cuando me paro delante de la gente a predicar, estoy expresando un mensaje que Dios me ha dado. Y ese mensaje tiene que obrar en mi propia alma antes que yo me atreva a predicárselo a otros. Yo me deleito en esperar en el Señor, en oírle decir: “Este es el camino, camina en él.”
Ahora, a la edad de 33 años, tengo solo una ambición: aprender más y más para así decir solamente esas cosas que el Padre me da. Nada que yo diga o haga tiene valor. Yo deseo poder decir: “Yo sé que mi Padre esta conmigo, porque solo hago su voluntad.”
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