El camino de entrega comienza con un sentido
de incapacidad absoluta dirigido por Dios.
Dios comienza el proceso tumbándonos de nuestro caballo. Esto le sucedió literalmente a Pablo. Él iba en su camino muy seguro, cabalgando hacia Damasco, cuando una luz cegadora vino del cielo. Pablo fue tirado al suelo, temblando. Entonces una voz del cielo le habló, diciendo: “Saulo, Saulo, ¿porque me persigues?” (Hechos 9:4).
Las palabras llevaron a Pablo a un incidente que tomó lugar varios meses atrás. De repente, este honrado fariseo entendió por qué su conciencia se perturbaba dentro de él. Pablo había pasado muchas largas noches de disturbio, plagadas con confusión y desasosiego porque él había visto algo que lo había hecho temblar hasta lo más profundo.
Todo eso ponía al descubierto el vacío en la vida de Pablo. El más devoto de los fariseos se dio cuenta que Esteban poseía algo que él no tenía. Pablo estuvo cara a cara con un hombre que se había entregado por completo a Dios, y eso hacia que Pablo se sintiera miserable. Probablemente, pensó: “He sido adiestrado por años en las escrituras. Sin embargo, este hombre rústico habla la palabra de Dios con autoridad. He tenido hambre de Dios toda mi vida. Pero Esteban tiene el mismo poder del cielo aun muriéndose. Él claramente conoce a Dios, como nadie que yo jamás haya conocido. Aun así, yo he estado persiguiéndole a él y a sus semejantes.”
Pablo sabia que algo faltaba en su vida. Tenía conocimiento de Dios pero no tenía revelación, como Esteban. Ahora, de rodillas y temblando, escuchó estas palabras del cielo: “Yo soy Jesús a quien tu persigues.” (Hechos 9:5). Era una revelación sobrenatural. Y estas palabras pusieron el mundo de Pablo al revés. En ese momento, yo pienso que Pablo debió estar tirado en el suelo por horas, llorando, diciendo:
“No he comprendido nada. Pasé todos esos años de educación y estudio, haciendo buenas obras; pero todo este tiempo he estado en el camino equivocado. Jesús es el Mesías. Él vino y perdí la oportunidad de conocerlo. Ahora todos esos pasajes en Isaías tienen sentido. Eran acerca de Jesús. Ahora, me doy cuenta de lo que Esteban poseía. Él tenía un conocimiento íntimo de Cristo.”
Las escrituras dicen que “temblando y temeroso, dijo Señor ¿qué quieres que yo haga? (9:6). La conversión de Pablo fue una obra dramática del Espíritu Santo. Y qué hombre tan difícil para que se convirtiera era éste. Era el perseguidor del pueblo de Dios. Su testimonio sería un poderoso e irrefutable testimonio para el evangelio de Jesucristo. Seguramente Dios usaría a Pablo en formas increíbles. “El Señor le dijo: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.” (9:6).
Ahora trate de imaginarse a Pablo. Este fariseo bien educado ahora estaba pasmado y ciego. Tuvo que ser llevado a la ciudad por sus amigos. Todo en su vida parecía derrumbarse. Pero la realidad era que Pablo era llevado por el Espíritu Santo a una vida entregada. Cuando él preguntó: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” Su corazón estaba gritando, “Jesús, ¿cómo puedo servirte? ¿Cómo puedo conocerte y agradarte? Nada más me importa. Todo lo que he hecho en la carne es estiércol. Ahora tú eres todo para mí.”
Pablo pasó los próximos tres días ayunando y orando. No obstante, no vino palabra del cielo. Él le había enseñado y predicado a otros pero nada de lo que había aprendido le podía ayudar ahora. Él estaba completamente impotente. Puede haber orado: “O, Dios, has puesto un gran deseo en mí de conocerte. Por favor, muéstrame que debo hacer. Estoy tan ciego y confundido que ya nada tiene sentido.” Me identifico con Pablo pues antes de ser llamado "Israel", era un jóven que contendía con la verdad y me enfrentaba a los cristianos, los perseguía. Con los años pastoreando Tiempo de Cosecha he visto el favor de Dios cada día.
Le digo a cada seguidor devoto de Jesús: Tome nota de esta escena. Aquí está el patrón de una vida entregada. Cuando usted decida entrar más profundo con Cristo, Dios pondrá a un Esteban en su camino. Él lo confrontará con alguien cuyo semblante brilla con Jesús. Esta persona no está interesada en las cosas del mundo. A él no le importan los aplausos de los hombres. A él solo le importa agradar al Señor. Y su vida pondrá al descubierto su complacencia y conformidad, trayéndole una profunda convicción.