Dios también tiene un remanente escondido en esta generación quienes no se han inclinado a los ídolos de este siglo. Para comprender este concepto totalmente, necesitamos examinar qué estaba sucediendo en Israel durante los días de Elías. El culto a Baal se originó en la Torre de Babel, bajo Nimrod. Este hombre ateo declaró, “Hagámonos un nombre” (Génesis 11:4). Así que Babel fue construido como un monumento al éxito y logro humano. En la cúspide había un observatorio, donde los astrólogos seguían los cuerpos celestes. Esta gente orgullosa literalmente “alcanzó las estrellas.”
En los días de Elías, el dios Baal supuéstamente garantizaba a sus adoradores el éxito, la fama y la prosperidad. Aquellos quienes besaran los pies del ídolo buscaban el cumplimiento en cada área del materialismo y de la sensualidad. ¿Quiénes eran estos adoradores de Baal? Era el pueblo escogido de Dios, adoradores apartados de Jehová. Así como yo, usted se preguntará cómo el pueblo de Dios pudo ser atraído a una idolatría tan ostentosa.
Ante todo, este pueblo ya había sido juzgado por Dios por codiciar prosperidad. Tuvieron que huir a Egipto, donde enfrentaron la pobreza, el hambre y el desamparo. Allí vieron a los seguidores de Baal siendo bendecidos materialmente. Y razonaron, “Nosotros teníamos suficiente comida en Jerusalén cuando nos arrodillamos a nuestros ídolos. Fuimos bendecidos y exitosos entonces, sin sufrimiento. Pero desde que dejamos de adorar a aquellos ídolos, encontramos solamente penurias. Volvamos a quemar incienso y a hacer libaciones a la reina de los cielos. Entonces quizás obtengamos las cosas que nosotros deseamos otra vez” (ver Jeremías 44:16-19).
El pueblo de Dios había caído bajo la poderosa seducción de un “evangelio del éxito.” Un espíritu de avaricia y codicia se había apoderado de ellos, de modo que sus vidas ahora estaban centradas alrededor de las riquezas y el reconocimiento. Por supuesto, no hay nada malo en el éxito, si usted hace las cosas a la manera de Dios: aferrándose a Cristo, diezmando fielmente, sometiéndose a su voluntad. Pero en Israel, había una mezcla impía: la gente se inclinaba ante Jehová porque temían su juicio, aún así codiciaban las cosas materiales.
Ahora, el mismo espíritu de Baal ruge en nuestra nación. En nuestras iglesias se levantan predicadores de prosperidad material, vemos la misma imagen de este dios pagano. Esta es una estatua de bronce de un gran toro, representando a un “Mercado de éxito”: una prosperidad cada vez más incrementada, gran riqueza y fama, logros humanos. Estos son los dioses que nuestra nación adora.
Piense en esto: un hombre es considerado exitoso si amasa millones. Él puede tener bastante dinero para vivir el resto de su vida en comodidad. Quizás el ya ha obtenido algún reconocimiento. Yo le digo esto, no parece importarle si su matrimonio fracasa, si él anda con prostitutas, o si arruina a gente inocente en su búsqueda de fama, poder y riqueza. El aún será juzgado como el epítome del éxito por las normas mundanas.
Que vista tan confundida e invertida del éxito. Aún así las multitudes se esfuerzan por ello. Nuestra nación entera está preguntando, “¿Quién quiere ser un millonario?”, deseando hacerse rico.
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