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viernes, 14 de marzo de 2014

EL REMANENTE ESCOGIDO



Deseo llevarte al Monte Horeb en Israel, a una cueva oscura. Dentro de la cueva se encuentra sentado un solitario profeta de Dios. Este hombre piadoso es anciano ahora, probablemente en sus ochenta. Y el se siente completamente solo. Se ha decepcionado completamente de la sociedad.

Aproximadamente cuarenta días antes, el profeta pidió a Dios que lo dejara morir. Él estaba convencido, “Esta nación ha ido demasiado lejos. Y el pueblo de Dios se apartó mas allá de lo restaurable. Cada líder es una marioneta del diablo. Un avivamiento es simplemente imposible ahora. Ya no hay esperanzas. Señor, ya es suficiente. Por favor, quítame la vida” (ver 1 Reyes 19:4).

¿Quién fue este profeta? Este fue el santo Elías. Y él llegó a tal estado de desesperación a tan sólo horas después que ganara la victoria más grande de su vida ministerial.

Usted recuerda la historia. En el Monte Carmelo, Elías enfrentó a 850 falsos profetas en una confrontación de vida o muerte acerca de cual Dios prevalecería. Algunos de estos 450 profetas servían al dios pagano Baal; los otros 400 fueron sacerdotes de los ídolos de las arboledas de idolatría construidas por la malvada Reina Jezabel. Ahora, en un ritual demoníaco, los profetas de Baal empezaron a danzar y a gemir, tratando de despertar a su dios. Cuando el frenesí finalmente terminó, los profetas postrados sangraban profusamente, totalmente exhaustos.

Entonces llegó el turno de Elías. El simplemente clamó al Señor, e instantáneamente un fuego sobrenatural cayó desde el cielo. La ráfaga envolvente de fuego consumió tanto el sacrificio del profeta como los doce barriles llenos de agua que él había vertido alrededor del altar. Hasta consumió las rocas sobre el altar.

Qué maravillosa manifestación del poder omnipotente de Dios. Los falsos profetas temblaron ante aquel espectáculo. Y los deslizados israelitas quienes estaban presentes cayeron todos sobre sus rodillas, gritando, “¡Jehová es el Dios; “¡Jehová es el Dios!” (18:39).

Elías entonces mató a cada uno de aquellos 850 falsos profetas. Repentinamente, el avivamiento volvió en Israel. El triunfante Elías había orado por lo que finalmente había llegado -- o así pensó: “Esta es la hora de Dios. Este es el principio de la renovación por la que he orado tanto tiempo.”

Elías estaba tan fortalecido, que le sobrepasó a pies al carro del Rey Acab por veinticinco millas, volviendo a la ciudad capital, Jezreel. Quizás en su mente corrían pensamientos excitantes como: “¿Quién podrá ponerse en contra de lo que Dios ha hecho hoy? Este gobierno impío y sensual debe caer. Y Jezabel es la siguiente. Ella debe estar corriendo de vuelta a su idólatra padre en Sidón ahora mismo. Sin duda que ella ha oído acerca del fuego que cayó del cielo, y ella quiere escapar la purga del Espíritu Santo. ¡Este tiene que ser el momento más grande en la historia de Israel!”

Elías estaba convencido que la gente debía escucharle ahora. Yo creo que él determinó ir directamente al templo abandonado, para restaurar el culto santo en Jezreel. Pero antes que él llegara cerca de la ciudad, fue abordado por un mensajero de Jezabel. La reina le amenazó: “Así me hagan los dioses, y así me añadan, si mañana a estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos.”(19:2). Ella le dijo a Elías, “Tú tienes un día para vivir, profeta, antes que yo te mate de la misma forma en que tú mataste a mis sacerdotes.”

Dentro de las veinticuatro horas de su increíble victoria en el Monte Carmelo, Elías volvió al desierto, temblando bajo un árbol de enebro. En su mente todo se volvió en contra suya. Y de la noche a la mañana todas sus esperanzas por una renovación se desvanecieron.

Cuarenta días después, encontramos a Elías hospedado en la cueva de una montaña, totalmente solo. La palabra hebrea usada para hospedaje significa “parar o permanecer.” También implica un significado de “quejarse o guardar rencor. Aparentemente, Elías había decidido, “Esto se acabó, terminó. Si un fuego milagroso caído del cielo no puede motivar a un pueblo apartado de Dios, nada puede.”

Entonces la Biblia nos dice, “La palabra del Señor vino a él, el cual le dijo, ¿Qué haces aquí, Elías?” (19:9). Esta fue la manera de Dios decirle, “¿Qué te esta molestando, Elías? ¿Por qué el enojo? ¿Cuál es tu queja?”

Repentinamente, el profeta empezó a vaciar su sobrecargado corazón: “He sentido celo por Jehová Dios de los ejércitos: porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (19:10)

Mucho de lo que Elías dijo era cierto. El pueblo de Dios estaba en un estado lamentable. La maldad abundaba en Israel. Y los verdaderos profetas eran difamados y se mofaban de sus palabras. Aún así, a pesar de esto, Elías permaneció fiel. Él estuvo totalmente entregado a la causa de Dios, orando fervientemente por un avivamiento. Pero estaba equivocado al pensar que tan solo él llevaba la carga de Dios.

No creo que Elías fue orgulloso al decir, esencialmente, “Yo soy el único que odia el pecado, el único predicador temeroso de Dios que queda en esta nación.” En mi opinión, Elías estaba simplemente abrumado por la soledad. Yo creo que él estaba diciendo, “Señor, si otros son tan celosos por ti como yo lo soy, ¿Dónde están ellos? Yo no veo a ninguno gritando en contra del pecado como lo hago yo.”

Si tú eres una persona de oración, probablemente te has sentido solitario, como Elías se sintió. Quizás también te lamentas por tu nación, especialmente por los interminables ríos de sangre que los Peruanos ha derramado a través del aborto. Quizás tú clames, como Amós diciendo, “Señor, no me dejes sentar en comodidad en tanto exista tal esclavitud en tu casa.” Quizás te preguntes, como Elías lo hizo, “¿Dónde están los líderes piadosos y pastores de corazones quebrantados? ¿Dónde están aquellos quienes aún creen en la santidad en lugar de los métodos carnales? Yo me siento como un fanático fuera de lugar. Por favor, Señor, colócame en compañerismo con otros que ven las cosas que yo estoy viendo.”

Ahora pienso en Elías, solo en aquella cueva. Él debió sentirse agobiado por la soledad total. Entonces, una voz quieta y apacible vino a él, nuevamente preguntando, “¿Qué haces aquí, Elías?” (1 Reyes 19:13). Una vez más, Elías contestó, “… solo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (19:14). Esta vez Dios le respondió, “Tu no estás solo, Elías. Pronto encontrarás a mi siervo Hazael. Yo quiero que le unjas como rey de Siria. Y allí está el piadoso Jehú, a quien ungirás como rey sobre Israel. Allí también está el joven profeta Eliseo, quien servirá a tu lado.”

Finalmente, el Señor dijo a Elías (como está traducido del Hebreo original por Helen Spurrell), “Yo tengo un remanente de siete mil para mí en Israel, todos aquellos cuyas rodillas no se han doblado ante Baal, y todos aquellos cuyos labios no le besaron” (19:18). Dios le estaba diciendo, “Yo tengo 7,000 escondidos, Elías, hombres y mujeres quienes no se han entregado al espíritu de esta era. Ellos están creciendo en mi Espíritu. Y todos ellos comparten la misma carga que tú.”

Entre estos 7,000 estaban 100 verdaderos profetas escondidos en cuevas por el piadoso Abdías. Abdías era un gobernador de alto rango quién servía en la casa del malvado Rey Acab. Él había escondido a los 100 profetas en dos cuevas, cincuenta en cada una, y estaba manteniéndolos vivos con pan y agua. Obviamente, Elías debía saber acerca de estos hombres santos. Y él sabía también de Micaías, un santo profeta quién estaba encarcelado por Acab por profetizarle cosas duras (ver 22:8). Aún así, sabiendo de estos hombres, Elías seguía abrumado por la soledad en su llamado.

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