Israel había llegado al lado de la victoria del Mar Rojo. El lugar donde estaban fue conocido en hebreo como “la entrada a un acantilado precipitoso.” El nombre también significaba “al borde de una crisis.” El pueblo de Dios fue posado al borde de un vasto desierto. Sin embargo, el Señor los había dirigido allí porque tenía un plan en su mente para ellos.
En los próximos días, Dios tuvo que proveer sobrenaturalmente para cada necesidad que enfrentara su pueblo. No había un supermercado en el desierto, entonces Dios tuvo que alimentarlos con maná del cielo. No había agua, pero Señor les trajo manantiales desde una roca para saciar su sed. No había centros comerciales, pero la ropa y el calzado de la gente milagrosamente nunca se gastaron. Dios nunca pasó por alto la más simple contingencia.
Aun más, él los cargó con plata y oro antes de salir de Egipto. Entonces, una vez que estuvieron en el desierto, los proveyó con una fortaleza sobrenatural. No hubo ninguna persona debilitada o enfermiza entre ellos. Dios los protegió del candente sol del desierto, cubriéndolos con una nube. Por la noche, produjo un fuego sobrenatural, defendiéndolos del enfriamiento del desierto y confortándolos con un fuego ardiente que iluminaba en la oscuridad.
Hasta este punto, permíteme hacerte una pregunta: ¿Por qué crees que Dios escogió a Israel como su pueblo? Después de todo, eran una nación muy pequeña, un pueblo insignificante. ¿Qué propósito tuvo Dios al sacarlos de Egipto y establecerlos en Canaán? ¿Fue para darles hermosos hogares, viñas, y abundante leche y miel? ¿Fue para proveerles una vida fácil, de modo que ellos pudieran ofrecerle libremente sacrificios y alabanzas de generación en generación?
No. Esta gran liberación no se trataba de que Dios traía a su pueblo a un lugar donde ellos pudieran complacerse a sí mismos en sus bendiciones. Está claro que el Señor estaba tratando de producir algo en su pueblo a través de esta experiencia. Él los llevó al borde de una catástrofe, para enfrentar una crisis como ninguna de las que antes habían conocido.
Simplemente, Dios quiso entrenar a su pueblo a ser sus mensajeros a un mundo perdido. Veras, su propósito desde el principio ha sido alcanzar a la humanidad perdida. Eligió a Israel para que fuera una luz a las naciones, un ejemplo resplandeciente de su gracia y amor. El quiso que el mundo supiera que él tiene un corazón lleno de amor hacia cada nación, aún aquellas que han pecado contra él.
Los profetas de Israel sabían esto. Ellos profetizaron una y otra vez que la ley de Dios saldría desde Jerusalén al resto del mundo. Y ahora, aquí en el desierto, Dios quiso formar una “primera generación” que confiaría en él completamente. Él quiso probarles a las naciones que hay sólo un Dios y que él obra sus prodigios y maravillas a través de un pueblo creyente.
Sin embargo, el Señor no obrará a través de un pueblo que está lleno de dudas e incredulidad. La Biblia dice: “… sin fe es imposible agradar a Dios…”(Hebreos 11:6) Aún Jesús fue impedido a hacer sus maravillas cuando la gente no creyó: “Y no hizo allí muchos milagros debido a la incredulidad de ellos”(Mateo 13:58).
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