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lunes, 27 de agosto de 2012

VAYA A LA ORACIÓN!



¡Vaya a la oración, dándole tiempo
al Espíritu Santo para hacer su obra!


Cuándo estás bajo el ataque del espíritu de desánimo del enemigo, no sentirás deseos de orar. Pero debes ir al lugar secreto y estar en la presencia de Jesús. No es necesario tratar de orar tu salida de la desesperación. Este es el momento para que el Espíritu de Dios obre en tí. Es su trabajo sacarte del abismo.

Cuándo vayas al Señor, se honesto con él. Díle lo débil e impotente que te sientes. Déjale saber, “Jesús, estoy seco. Ya no tengo más fuerzas. Si voy a salir de esta depresión, tu tendrás que hacerlo.”
En tales momentos bajos, el Señor es muy paciente con nosotros. Él no espera que ejerzamos algún esfuerzo intenso y ferviente en oración. Él conoce nuestra condición, y él se compadece de nosotros. 

Por lo tanto, siéntate en su presencia y confía en su Espíritu, para realizar en tí lo que él fue mandado a hacer. No importa que tan bajo te encuentres — ¡él nunca te abandonará!
Tenemos la noción que cada vez que fallamos al Señor, el Espíritu Santo vuela como un pájaro de nosotros. Algunos Puritanos divinos enseñaron esto. Ellos creyeron que el Espíritu de Dios sale de los cristianos por una temporada cuando él se aflige con ellos.

Yo nunca pude entender ni aceptar esta doctrina. ¿Cómo el Espíritu de Dios puede abandonarme cuando más lo necesito? Si él me abandona cuando fallo y caigo profundo en el desánimo, ¿cómo él podría ser mi Consolador? Eso no daría consuelo alguno. ¡De hecho, me dejaría bajo el poder de Satanás!

Igualmente, si el Espíritu Santo es el santificador de mi alma, ¿cómo él podría hacer su obra en mi, si entra y sale de mi vida cada vez que fallo? ¿Cómo podría ver mi pecado sin la presencia del Espíritu Santo y su convicción? ¿Cómo podría saber cómo cambiar, si él no está para indicarme y dirigirme?
Jesús nos prometió, “Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Consolador, para que esté con ustedes para siempre…no los dejaré huérfanos: vendré a ustedes” (Juan 14:16, 18).

Cuándo el espíritu de desánimo del diablo esté presente en tu vida, puedes estar tan turbado, que ni siquiera puedes susurrar una oración. Pero aunque no puedas pronunciar una palabra, puedes hablarle a Jesús en tu espíritu. Solo díle suavemente, “Señor, ayúdame. Este ataque es demasiado para mí. No puedo hacer nada excepto sentarme aquí en fe. ¡Estoy confiando en tu Espíritu Santo para que lo eche de mí.”

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