No importa quién ponga el lazo, el diablo, los impíos o cristianos envidiosos. ¡No podemos ver la trampa cuando nos acercamos a ella!
David escribe: “Me han escondido lazo…” (Sal. 140:5, énfasis mío).
La trampa que el diablo o el impío están tendiendo para ti es invisible, no la puedes ver. Es tendida en secreto: “…me escondieron lazo.” (142:3). “Obstinados en su inicuo designio, tratan de esconder los lazos.” (Sal 64:5).
Ciertamente, las Escrituras nos dicen: “Porque en vano se tenderá la red ante los ojos de toda ave.” (Prov.1:17).
Si el ave llega a ver al cazador tendiendo la red, volará. De igual manera, el diablo no tenderá una trampa que puedas ver. Él no te va a decir donde y cuando será tendida. No--¡él lo hace en secreto, lejos de tu vista!
El profeta Miqueas nos informa que estas trampas son premeditadas y bien planeadas en secreto. Un cazador o tramposo se mantedrá despierto toda una noche tramando como atrapar al inocente: “Ay de los que en sus camas piensan iniquidad y maquinan el mal, y cuando llega la mañana lo ejecutan, ¡porque tienen en su mano el poder!” (Mi. 2:1).
Desafortunadamente, ¡muchos creyentes caen en sus trampas!
Quizás estés en una trampa ahora mismo--atrapado por el enemigo. En un tiempo fuiste un ave, volando de aquí allá, cantando una dulce canción. Abriste tus alas de fe y remontaste el vuelo a los cielos. Sabías lo que significaba estar libre en Cristo.
Pero el enemigo puso una trampa para ti--él tendio su red y puso el maíz cerca--y tu caíste. Descendiste, tu pie se enredó en la red, y la trampa brincó como un resorte. ¡Fuiste atrapado!
Querido santo: ¿cuál fue la trampa diabólica en tu vida? ¿Fue un viejo hábito--drogas, sexo, alcohol, pornografía, adulterio, fornicación? ¿Fue mentir, robar, codicia, deudas en la tarjeta de crédito, trampas de algún tipo, desobediencia? Sin importar qué tipo de trampa el tendió para ti, debes enterarte que es muy posible que tu caída no fue premeditada. Al contraio, volaste hacia ella de repente. El diablo conocía tu debilidad y te atrapó.
Hoy permaneces en esclavitud, sintiéndote atrapado por tu pecado. Contínuamente te acusas a ti mismo, pensando: “¿Cómo pude hacer tal cosa? Soy impío, impuro. No podré llegar. Nunca llegaré.” ¡Pero azotándote a ti mismo de esta manera es una pérdida de tiempo! Nunca te saldrás de la red. Nunca podrás entender como pudiste ser tan imprudente, ciego y descuidado para caer nuevamente en la trampa del diablo.
Sin embargo, tengo noticias increíbles para ti. Si has sido atrapado por el enemigo--si has caído en su red, sin embargo sabes que amas a Dios con todo tu corazón--el Señor no permitirá que seas la victima del enemigo. Él no permitirá que permanezcas en los dientes del enemigo. ¡Estás a punto de ser liberado!
“Bendito sea Jehová, que no nos dió por presa a los dientes de ellos.” (Sal. 124:6).
¡Dios promete que no permanecerás atrapado! Déjame ilustrártelo.
Imagínate una pequeña ave atrapada en la red del cazador. Yace indefensa--su pequeño corazón latiendo con temor y terror, en balde batiendo sus alas furiosamente contra la red. Mientras más lucha, más se agolpea y lastima. Temorosa comienza a gritar y chillar. Pero escapar es imposible. Está completamente a merced del cazador.
Amados, esa pequeña ave eres tú--¡atrapada por la red del pecado! Y el cazador es el diablo, el maligno. Tendió su red y te atrapó en ella.
Ahora, considera esa pequeña ave atrapada y dime como logrará escapar por su propia fuerza y poder. Si lucha por romper la red, sólo logrará enredarse más. Se puede romper un ala o desangrarse. No puede librarse a sí misma. ¡No está en su habilidad o poder! ¿No es este un cuadro de nosotros mismos cuando estamos atrapados en pecado? Le hacemos todo tipo de promesas a Dios. Luchamos y lloramos tratando de liberarnos de la esclavitud. Pero permanecemos atrapados. ¡Hemos perdido nuestra libertad!
Piensa en la ave otra vez, atrapada en la red. Esa noche, el cazador se acuesta soñando con el ave especial que ha estado persiguiendo. Casi no puede dormir, está tan ansioso por salir al otro día y ver si la atrapó.
Con toda seguridad cuando el cazador se acerca a la trampa, él puede observar que ha resaltado. De súbito, él se emociona: el espera ver una pequeña ave cansada, sangrando, temerosa, y medio muerta. Pero, he aquí, cuando él examina la trampa, la encuentra rasgada--rota. ¡El ave ha volado nuevamente!
Encontramos a la pequeña ave posada sobre una rama en un árbol en la montaña de Dios. Es libre y sus heridas están sanando. ¡Todo porque el Señor vino y rompió la red!
Esa pequeña ave está diciéndose: “Si no hubiera sido por el Señor--si él no hubiese llegado rápido a mi lado--habría sido devorada y tragada. El cazador enojado hubiese roto mis alas. Su odio enfurecido me habría destruído. Pero Dios rompió la trampa. ¡Él me sacó de los dientes de la trampa!”
“Nuestra alma escapó cual ave del lazo de los cazadores; se rompió el lazo, y escapamos nosotros.” (Sal. 124:7).
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