¡El corazón del amor de Dios se encuentra en la invitación del Padre a venir y disfrutar un banquete de sus provisiones!
No hay una palabra en esta parábola que indique que el Pródigo regresó debido al amor por su padre. En verdad, estaba arrepentido - cayó sobre sus rodillas, llorando, “¡Padre, lo siento! He pecado contra ti y contra Dios, ni siquiera soy digno de entrar en tu casa.” Pero el nunca dijo, “¡Padre, regresé porque te amo!”
Más bien, lo que se revela aquí es que el amor de Dios hacia nosotros es sin ataduras; no depende de nuestro amor por él. La verdad es que, él nos amó incluso cuando estábamos lejos de él en nuestros corazones, aún pecadores. ¡Eso es amor incondicional!
Cuando el Pródigo regresó, su padre no revisó una lista de los pecados de su hijo. No dijo, “¿Dónde has estado? ¿Con cuántas rameras te acostaste? ¿Cuánto dinero hay en tu bolsa? ¡Quiero una auditoria!”
No - en cambio, cayó sobre el cuello de su hijo y lo besó. Dijo a los sirvientes, “¡Maten el ternero engordado! Pónganle la túnica nueva, un anillo en su dedo y zapatos nuevos en sus pies. ¡Tengamos una celebración - vamos a regocijarnos y alegrarnos!”
¿Dónde está la revelación del amor del Padre en este cuadro? ¿Está en su perdón instantáneo? ¿En su beso afectuoso? ¿En el ternero engordado? ¿En la túnica, el anillo y los zapatos nuevos?
De hecho, éstas son todas expresiones de su amor – ¡pero ninguna de éstas son el corazón del asunto! “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10). “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (versículo 19).
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