¡No se puede culpar solamente a los pastores descarriados por la muerte espiritual y el compromiso en la iglesia de hoy!
Jeremías mismo era todo lo que una congregación hambrienta podía pedir en un pastor. Él estaba encerrado con Dios; no lo podían comprar a ningún precio; lloraba por de los pecados del pueblo de Dios. ¡Estaba listo para entregar su vida por la iglesia -- y ciertamente fue enviado a la cárcel y a un pozo cenagoso por decir la verdad!
Una y otra vez, las Escrituras dicen que Jeremías esperaba en la presencia del Señor hasta que “la palabra del Señor viniera a él.” (¡Esta frase aparece en más de cincuenta ocasiones en el libro de Jeremías!)
En esos días no había escasez de la verdadera palabra de Dios. Ciertamente, el Señor siempre había tenido sus profetas y pastores verdaderos, aún en tiempos de compromiso y deterioro. Una y otra vez, lees: “Y la palabra del Señor vino a Isaías... a Jeremías... a Ezequiel.” Vino a Daniel, Óseas, Joel, Amós, Jonás, Miqueas, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y a Malaquías.
Y la palabra de Dios era siempre un aviso claro – lleno de juicio contra el pecado pero lleno de esperanza para el arrepentido. ¡Era un llamado de separación de la impiedad y a una vida continua de santidad!
Usualmente, había tres clases de respuestas a la palabra de la verdad. Y estas tres clases de respuestas se ven hoy en día en los cristianos.
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