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martes, 28 de diciembre de 2010

ADVERTENCIA PROFETICA

 
Una de las cosas más conmovedoras acerca de lo que Jeremías profetizó fue esto: ¡Él estaba allí cuando todo sucedió – Y él estuvo a salvo!

¡Jeremías sobrevivió los horrores que él amonestó que vendrían! “... y allí estaba cuando Jerusalén fue tomada.” (Jeremías 38:28). Él debió observar con horror desde su prisión a la armada de los caldeos cuando llegaron a la ciudad. ¡Él había amonestado por veintitrés años, pero nadie deseaba escuchar – y ahora la sangre estaba corriendo!

La casa del rey estaba en llamas. Todos los líderes fueron sacados de sus escondites. Los sonidos y lo que se veía era horrible; ¡cómo habría gemido Jeremías por piedad y misericordia! “O, Dios, yo lo vi todo – lo profeticé! Señor, ¿no perdonarás?

Sin embargo, aquí hay buenas nuevas:

Jeremías estuvo presente cuando la ciudad fue quebrantada – ¡pero él estuvo a salvo! ¡Y no sólo él estuvo a salvo, también lo estuvo Ebed-melec, el hombre que le sacó de la cisterna! Cuando todo estaba derrumbándose, Jeremías envió un mensaje a Ebed-melec quien se encontraba escondido con miedo. “Pero en aquel día yo te librare, dice Jehová, y no serás entregado en manos de aquéllos a quienes tú temes. Porque ciertamente te libraré y no caerás a espada, sino que tu vida te será por botín, porque tuviste confianza en mí, dice Jehová." (Jeremías 39:17-18).

¿Puedes imaginarte el consuelo de Ebed-melec cuando oyó esta palabra? Sin embargo, nosotros también tenemos el mismo mensaje que fue dado a Ebed-melec: ¡Aquéllos que aman la palabra de Dios y caminan en fidelidad y obediencia serán milagrosamente guardados por el Señor en tiempos difíciles! “¡Yo te libraré! ¡ No temas – tu vida será guardada porque tu confías en mí!”

Ahora mismo, Dios está sacudiendo el mundo con temblores, naciones enteras estan sintiendo los dolores de parto del juicio.

Pero cuando veas estas cosas y oigas que la ciudad donde vives en llamas, puedes caer de rodillas y regocijarte – no por el juicio, sino por la promesa de Dios: “Señor, yo deseaba oír lo que tú tenías que decir – ¡y tú me amonestaste! ¡Yo obedecí tu palabra – y no necesito temer!

¡Aleluya!

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