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viernes, 1 de octubre de 2010

SOLAMENTE CRISTO!


Hay una vieja canción de la iglesia que tiene un profundo significado para mí. Dice, “Jesús tiene una mesa preparada donde los santos de Dios son alimentados. Él invita a su pueblo escogido, Ven y come.” Esa mesa esta en los cielos, y por fe debemos estar sentados allí. Pablo confirma que “…juntamente con él nos resucito, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús.” (Efesios 2:6).

Hay una mesa del Señor preparada para nosotros en los cielos. Jesús dijo a sus discípulos, “Yo pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mi, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino…” (Lucas 22:29-30). Moisés, Aarón, Nadab y Abíu, y los ancianos de Israel comieron a la mesa del Señor en el Monte Sinaí. “Y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando esta sereno. Mas no extendió su mano sobre los príncipes de los hijos de Israel; y vieron a Dios, y comieron y bebieron.” (Éxodo 24:10-11).

¡Que imagen tan maravillosa: setenta y cuatro hombres de Dios, sentados con él, comiendo y bebiendo! ¡Que mesa tan sobrenatural! Que gloria debe haber sido. Parece que era tan abrumante que ninguno sino Moisés pudo captar esto; estaba sobre sus cabezas. Aarón bajó de esa mesa divina e hizo un becerro dorado. Nadab y Abíu ofrecieron fuego extraño y fueron consumidos por Dios.

Los reyes de Israel mantuvieron una mesa real. Era un honor que se le asignara un asiento en esa mesa especial. David le asigno un asiento en su mesa a Mefiboset. “Y le dijo David: No tengas temor, porque yo a la verdad haré contigo misericordia por amor de Jonatan tu padre, y te devolveré todas las tierras de Saúl tu padre; y tu comerás siempre a mi mesa.” (2 Samuel 9:7).

La Reina de Sabá se maravillo ante el glorioso banquete que se les proveyó a los asignados a la mesa real de Salomón. Se quedo sin aire al mirar, “…las viandas de su mesa, las habitaciones de sus oficiales, el estado de sus criados y los vestidos de ellos, sus maestresalas y sus vestidos…” (2 Crónicas 9:4). En esa mesa, la Reina de Sabá vio y escucho lo que tomo lugar allí. Ella rebozo, “Bienaventurados tus hombres, y dichosos estos siervos tuyos que están siempre delante de ti, y oyen tu sabiduría.” (2 Crónicas 9:7).

En la mesa, la sabiduría del rey era compartida en intimidad gloriosa. Allí, el abría todo su corazón a aquellos que están sentados. Nehemías dijo, “Además, ciento cincuenta judíos y oficiales, y los que venían de las naciones que había alrededor de nosotros estaban a mi mesa” (Nehemías 5:17). Estas mesas reales eran banquetes con un gran anfitrión en asistencia.

David dijo del Señor, “Aderezas mesa delante de mi en presencia de mis angustiadores.” (Salmo 23:5).

Estoy tratando de mostrar que en el Antiguo Testamento había una mesa real que era un tipo y sombra de la mesa celestial. Aquellos asignados a esa mesa real lo consideraban un gran honor y no pasaban por alto un solo banquete.

A David le fue asignado un asiento en la mesa real de Saúl. Sentarse en esa mesa se convirtió en un gran riesgo, por los celos de Saúl, así que David acordó con Jonatan dejar su asiento para determinar si Saúl realmente buscaba matarlo. Jonatan dijo, “…tu serás echado de menos, porque tu asiento estará vacío.” (1 Samuel 20:18). ¡Con toda seguridad, fue echado de menos! “Al siguiente día, el segundo día de la nueva luna, aconteció también que el asiento de David quedo vacío. Y Saúl dijo a Jonatan su hijo: ¿por que no ha venido a comer el hijo de Isaí hoy ni ayer?” (v. 27).

Me pregunto, ¿cuantos ven el significado espiritual en todo esto? Ciertamente, Saúl no era un tipo de Cristo, ni su mesa un tipo de la mesa del Señor. Pero la mesa de los reyes del Antiguo Testamento es, un tipo y sombra, una imagen verdadera de la mesa celestial del Señor.

Pablo nos habla diciendo, “Así que celebremos la fiesta” (1 Corintios 5:8). En otras palabras, entendamos claramente que se nos ha asignado un asiento en los cielos con Cristo en su mesa real. Pablo esta diciendo, “¡Preséntate! Que nunca se diga de ti, “¡Tu asiento esta vacío!”

Si Saúl puede decir de David, “¿Por qué no viene el a mi mesa? ¿Dónde esta él? – ¿no puede el Señor decir lo mismo de nosotros? Nuestro Señor puede decir, “Te asigne un asiento en mi mesa real. Allí es donde mis siervos ven mi rostro, escuchan mi sabiduría, y llegan a conocerme. Es donde los alimento con el pan de vida. ¡Es un gran honor! ¿Por que lo tomas a la ligera? ¿Por que no tomas tu asiento? Corres de allá para acá trabajando para mí, hablando de mi, ¿por que no te sientas conmigo y aprendes de mi? ¿Dónde estas?”

La verdad es, ¡qué no estamos guardando la fiesta! No estamos comprendiendo la majestad y honor de ser levantados para sentarnos con Cristo en lugares celestiales. Estamos muy ocupados para su mesa.

Me imagino a nuestro Señor mirando sobre la tierra a multitudes de aquellos que se llaman por su nombre. ¡Siervos! ¡Pastores! ¡Misioneros! ¡Laicos, trabajadores cristianos! ¡Santos de Dios! Me pregunto, ¿Qué es lo que el Señor más quiere de aquellos que dicen ser leales a él? ¿Que le bendeciría, agradaría y deleitaría su ser? ¿Le construimos algo? ¿Más iglesias? ¿Más escuela Bíblicas? ¿Más centros evangelísticos? ¿Más hogares e instituciones para personas heridas? ¡Aquel que no habita en edificios hechos con manos quiere algo más que eso! Salomón pensó que había edificado un templo eterno para Dios.

Dentro de cincuenta años, estaba deteriorado; y en menos de 400 años, había desaparecido por completo. A la luz de la eternidad, esos son cuatro pestañeos. ¿Que podemos hacer y lograr para su gloria cuando él ya tiene toda la gloria? Ciertamente, no más hazañas que terminan en esplendor y grandeza terrenal.

¡Esta es una generación con una revelación limitada del Señor Jesucristo porque muchos están ausentes de la fiesta! ¡Sus asientos están vacíos! Existe una visión tan forzada y estancada de Cristo en la iglesia hoy. Con todas las predicas, alabanzas, el interminable hablar de él — ¡qué pocos tienen un verdadero aprecio por la mesa del Señor! Pocos conocen la grandeza y majestad de tal llamado sublime en Cristo Jesús.

Nosotros equivocadamente recibimos nuestro gozo espiritual del servicio a Dios –y no de comunión. ¡Estamos haciendo más y más por un Señor que conocemos cada vez menos! Nos hacemos trizas corriendo de un lado a otro; nos agotamos, vamos a cualquier lugar en la tierra, y entregamos nuestros cuerpos para su obra — ¡pero rara vez guardamos su fiesta! Tratamos la mesa del Señor muy frívolamente. ¡No estamos serios acerca de tomar nuestro lugar con él y aprender de él!

Pablo habla de tres años separados en el desierto de Arabia. Aquellos fueron tres años gloriosos, sentado en los cielos a la mesa del Señor. Fue allí que Cristo le enseñó a Pablo todo lo que él sabia; fue allí que la sabiduría de Dios fue manifestada en el. Para Pablo, ¡la conversión no fue suficiente! ¡Una visitación sobrenatural no fue suficiente! ¡Una sola visión hasta cegarse de Cristo, escuchar su voz milagrosamente desde el cielo, no era suficiente! Él había captado una visión pasajera del Señor. Él había experimentado uno de los llamados más espirituales que un hombre haya recibido de Dios.

¡Pero Pablo quería más! Algo en su alma gritaba, “¡O, si le conociera!” Con razón el podía decirle a todo el sistema cristiano, “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado” (1 Corintios 2:2). Él estaba diciendo, “Deja que los Judíos de Jerusalén se queden con su legalismo. Deja que los que guardan el sábado discutan los puntos de su doctrina. Deja aquellos que buscan ser justificados por obras se agoten. Deja que todos los demás en la iglesia piensan que me pasan por delante con toda su sabiduría mundana; pero para mi, ¡no quiero saber nada sino a Jesucristo!”

Pablo salió de Arabia con tres grandes compromisos, ¡todos tenían que ver solo con Cristo! Estos son los tres compromisos que Dios busca de todos los que se sientan a su mesa.

Continuará mañana...




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