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jueves, 9 de septiembre de 2010

TRES PASOS PARA UNA VICTORIA TOTAL


Estoy comenzando a ver una pequeña luz en este gran misterio de la piedad. Dios me esta pidiendo que haga las siguientes tres cosas en mi propia búsqueda para la victoria total sobre todos los pecados que me acosan.  
1. ¡Debo aprender a tener hambre por la santidad y odiar el pecado que me acosa!

Cada momento que estoy despierto debo recordarme que Dios odia mi pecado. Mayormente, por lo que me hace. Dios lo odia porque me debilita y me hace un cobarde. Por lo tanto, no puedo ser una vasija de honor para hacer su obra en la tierra. Si excuso mi pecado como una debilidad - si yo me hago creer que soy una excepción y que Dios se va a inclinar para cumplir con mis necesidades - si saco de mi mente todo pensamiento de retribución divina - entonces estoy en camino a aceptar mi pecado y abriéndome a una mente malvada.

Dios quiere que aborrezca mi pecado, que lo odie con todo lo que está en de mí. ¡No puede haber victoria ni liberación del pecado hasta que este convencido de que Dios no lo permitirá!

El temor de Dios contra el pecado es la base de toda libertad. Dios no puede mirar el pecado; él no puede aprobarlo; él no puede hacer una sola excepción – ¡así qué enfréntalo! ¡Está mal! No esperes ser excusado u otorgado privilegios especiales. Dios debe actuar contra todo pecado que amenaza con destruir a uno de sus hijos. Está mal y nada jamás lo hará bien. El pecado contamina la pura corriente de santidad fluyendo a través de mí. Debe ser confesado y abandonado. Debo estar convencido de eso.

2. ¡Debo estar convencido de que Dios me ama a pesar mi pecado!

Dios odia mi pecado con un odio perfecto mientras, que al mismo tiempo, me ama con una compasión infinita. Su amor ni una vez se comprometerá con el pecado, pero él se aferra a su hijo pecador con un propósito en mente - reclamarlo.

Su ira contra mi pecado es equilibrada por su gran piedad por mí como su hijo. Su piedad vence su aborrecimiento contra mi pecado en el momento que me ve odiándolo como él lo hace. Mi motivación nunca debe ser temor a la ira de Dios contra mi pecado, sino una disponibilidad aceptar su amor que busca salvarme. Si su amor por mí no puede salvarme, su ira nunca lo hará. Debe ser más que mi pecado lo que me avergüenza y me humilla; debe ser el conocimiento de que él me sigue amando a pesar de todo lo que he hecho para apenarlo.

¡Piénsalo! ¡Dios se compadece de mí! Él conoce la agonía de mi lucha. Él nunca esta lejos, él siempre esta allí conmigo, asegurándome que nada nunca podrá separarme de su amor. Él sabe que mi batalla es suficiente carga sin forzarme a cargar con el temor adicional de la ira y el juicio. Yo sé que su amor por mí hará que él retenga la vara mientras la batalla es peleada. Dios nunca me hará daño, golpeará o me abandonará mientras estoy en el proceso de odiar mi pecado y buscando ayuda y liberación. Mientras este nadando contra la corriente, él siempre esta en la orilla, preparado para tirarme una línea de vida.

3. Debo aceptar la ayuda amorosa de mi Padre para resistir y vencer.

El pecado es como un pulpo con muchos tentáculos tratando de aplastar mi vida. Rara es la vez que todos los tentáculos aflojan sus garras de mí a la misma vez. Es un tentáculo a la vez. En esta guerra contra el pecado, es la victoria - un soldado muerto a la vez. Rara es la vez cuando todo el ejercito enemigo caiga de una sola explosión. Es combate mano a mano. Es una pequeña victoria a la vez. Pero Dios no me manda a la batalla sin un plan de la guerra. Él es mi Comandante; lucharé pulgada a pulgada, hora por hora – bajo su dirección.

Él despacha al Espíritu Santo a mí con dirección clara sobre cómo luchar, cuando correr, donde golpear. Esta batalla contra principados y poderes es su guerra contra el diablo - no la mía. Yo solo soy un soldado, peleando en su guerra. Puedo fatigarme, herirme y desalentarme, pero puedo seguir peleando cuando sé que él me debe dar órdenes. Soy un voluntario en su guerra. Estoy listo para hacer su voluntad a toda costa.

Esperaré sus órdenes sobre cómo ganar. Esas direcciones vienen lentamente a veces. La batalla parece ir en contra mía, pero - al final sé que ganamos. Dios solo quiere que yo crea en él. Como Abrahán, mi fe es contada a mí como justicia. La única parte que puedo jugar en esta guerra es creer que Dios me sacará de la batalla victoriosamente.

Finalmente- cuando el pecado en mí es vencido, todos mis otros enemigos deben huir.

Lo que yo hago acerca del pecado en mi vida determina cómo mis enemigos se comportarán. La victoria sobre el pecado que asedia hace que todos mis otros enemigos huyan. La preocupación, el temor, la culpa, la ansiedad, la depresión, la agitación, la soledad - todo son mis enemigos. Pero ellos solo pueden hacerme daño sólo cuando el pecado me convierte en un blanco sin protección. Los justos son tan audaces como un león. Ellos tienen una mente y conciencia clara y esto es una fortaleza que estos enemigos no pueden invadir.

¿Quieres la victoria sobre todos tus enemigos? Entonces vaya de manera correcta tratando ferozmente con tu pecado que te asedia. Quita la cosa maldecida en tu vida y llegarás a ser poderoso en Dios.

“… despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, (nos rodea o acosa)…” (Hebreos 12:1).

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