Aquí tenemos algo sorprendente: Dios nos ha dado el gran regalo de su Espíritu, quien toma residencia en nuestros corazones, pero nosotros actuamos como que el no esta aquí.
Sabemos que el Espíritu Santo esta aquí en la tierra y que el nunca se ha ido. Sabemos que él mora en nosotros, haciéndonos su morada, nuestros cuerpos convirtiéndose en su templo. Sin embargo, la mayoría del tiempo vivimos como si el Espíritu estuviera en algún lugar en el cosmos, no en nuestro medio o dentro de nosotros.
Lo cierto aquí es que el Padre no envió su Espíritu para demostrarnos cuan interesado él esta en cada aspecto de nuestras vidas. El Espíritu Santo fue enviado como nuestro amigo, nuestro consolador, nuestro guía. En vista de este sorprendente hecho, la pregunta para cada uno de nosotros es, “¿cuan bien conozco yo al Espíritu? ¿Realmente lo conozco en estas formas?”
Jesús aclara que el Espíritu Santo debe ser para nosotros todo lo que Cristo fue a sus propios discípulos cuando el estaba aquí en la tierra. Considera:
Jesús le dice a todo aquel que le sigue, “No los dejare sin consuelo.” El nos esta diciendo, en otras palabras, “Les envío a Uno quien los defenderá y guardara. No los dejare impotentes, vulnerables a los engaños de Satanás. Regocíjense, porque les estoy enviando a Uno que el poder del cual es mayor que cualquier otro poder en el universo.”
Jesús dice que no tan solo el Espíritu esta aquí, viviendo en mí. El también dice que yo lo conozco. Por lo tanto, tengo que preguntarme: ¿Cómo conozco yo al Espíritu? ¿Cuáles son las marcas, la evidencia, que me hace conocerle, que me haga reconocer su presencia permanente, para experimentar su cercanía?
Simplemente, yo conozco el Espíritu Santo por los cambios que él esta obrando en mí. Yo no conozco el Espíritu meramente al mirar los cambios que el ha hecho en otros. Puedo verlo reflejado en mis hermanos y hermanas, pero yo conozco al Espíritu solo por su obra en mi propia vida.
Como puedes ver, la obra que el Espíritu Santo hace en nosotros es tan personal. Mi cuerpo es su templo, y en mi, el ministra diariamente nuevas revelaciones de Cristo. Es su obra que me ha hecho volverme del mal, a tener hambre y sed de justicia, a ansiar continuamente, “Ven, Señor Jesús.”
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