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domingo, 19 de octubre de 2014

EL PRECIO DE LA ENTREGA


El camino de entrega lleva a mucho sufrimiento.

“Instrumento escogido me es este, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo te mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre.” 
(Hechos 9:15-16). A Pablo se le prometió un ministerio fructífero. Pero él tenía que pasar por grandes sufrimientos para llevarlo a cabo.

El tema del sufrimiento es amplio, el cual incluye muchos tipos diferentes de dolor: agonía física, angustia mental, angustia emocional y dolor espiritual. Según las escrituras, Pablo experimentó cada uno de estos. Él sufrió un aguijón en su carne, naufrágios, apedreamientos, golpizas y robos. Él enfrentó rechazos, burlas y murmuraciones maliciosas. Él soportó todo tipo de persecuciones. Y hubieron momentos en que se sintió perdido, confundido e incapaz de escuchar de Dios.

Este patrón de sufrimiento en la vida de Pablo no será experimentado por todos los que buscan tener una vida entregada. Pero de alguna forma, cada creyente devoto va a tener sufrimiento. Y existe un propósito detrás de todo esto. Usted ve, el sufrimiento es un área de la vida sobre el cual no tenemos control. Es la esfera donde aprendemos a entregarnos a la voluntad de Dios.

Yo llamo a tal sufrimiento la escuela de la entrega. Es un lugar de adiestramiento donde, como Pablo, caemos sobre nuestros rostros y terminamos llorando, “Señor, no puedo con esto.” Él nos responde, “Bien, yo me encargaré. Entrégate a mí por completo, tu cuerpo, alma, mente, corazón, todo. Confía en mí plenamente.”

Si entra en el camino de entrega total, usted sufrirá mucho más que el cristiano promedio y conformista. Si un creyente conformista sufre, será para su propio beneficio. El Señor estará usando el dolor para apartarlo de un pecado en particular. Y nadie más se beneficiará de sus lecciones. Pero si usted desea una vida entregada, su sufrimiento eventualmente será de gran consuelo para otros. 

Pablo declara: “Bendito sea el Dios…Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos.” (2 Cor. 1:3-6).


Pablo esta hablando aquí del sufrimiento que es permitido por Cristo. Nuestro Señor permite tal dolor en nuestras vidas para hacernos testigos a otros de su fidelidad. Él desea probarse a si mismo como “el Dios de toda consolación” (2 Cor. 1:3). Nuestro sufrimiento no es solo para llevarnos a una entrega total a su voluntad, sino que es también para “vuestra (de otros) consolación y salvación” (2 Cor. 1:5). Sencillamente expresado, los ministerios más grandes de consuelo vienen de nuestros grandes sufrimientos.

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