David sabía que no podía permanecer en la
profundidad de la desesperación por mucho tiempo,
o sería destruido.
David sabía que necesitaba una palabra que cambiaría su vida, o toda esperanza sería perdida. Así que clamó, JAH, si mirares a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse? (Sal. 130:3).
Si yo interpretara las palabras de David en el idioma moderno, sonarían así: Oh, Señor-yo te veía como el gran investigador privado en el cielo-trazando todos mis movimientos del día, tomando nota de todos mis fracasos, grabando mis llamadas telefónicas, escuchando cada uno de mis pensamientos, grabando en video cada uno mis pasos, desarrollando un caso diariamente contra mí. Y has acumulado suficiente prueba para condenarme para siempre.
Señor, con toda la evidencia que has acumulado, ¿qué oportunidad tengo? ¿Cómo podré mantenerme, cuando mis propias palabras malignas y hechos secretos testifican contra mí? ¿Qué otra cosa puedo hacer sino esperar ser juzgado y condenado?
Todos los días despierto temiendo tu horrible ira contra mi pecado. ¿Quién puede mantenerse ante un Dios santo que castiga la iniquidad? Ni siquiera el alma más santa, humilde y confiada puede escapar tu juicio. Y si ellos no dan la medida con tu ley, ¿qué oportunidad tengo yo? ¡He pecado más que todos ellos!
Yo sé que mi pecado no te agrada, Señor. Y sé que no permitirás que continue. Pero si no veo aunque sea una señal de tu misericordia, pronto, seré destruido. Mi alma está desecha, sin esperanzas. ¡No puedo seguir!
Muchos cristianos luchan como David. Cuando el temor santo y justo de Dios es implantado en su alma, Su terrible majestad acampa sobre ellos. Ríos de Su ley señalan directamente a su corazón, y comienzan a languidecer en agonía. Como David, claman, Señor, ¿quién puede estar delante de ti? ¿Quién puede soportar tu santidad?
Nuestro ministerio recibe mensasjes regularmente de cristianos sinceros que luchan contra la homosexualidad. El tono de sus escritos suenan como la agonía de David. Muchas de estas personas preciosas han crecido en la iglesia, y aman a Jesús con todo su corazón. Pero no pueden liberarse de su lujuria homosexual. Terminan en la desesperación, destrozados bajo la culpabilidad y la condenación. Un desesperado jóven escribió, Pastor, si no encuentro una liberación rápida de esta atadura, no tengo otra opción. Me voy a quitar la vida.
Trágicamente, una gran multitud de homosexuales, lesbianas, alcohólicos, y drogadictos se han quitado la vida porque han caído tan hondo en la profundidad. No podían escapar saber que le estaban fallando a Dios continuamente. Y constantemente pensaban, Debo tener el poder para vencer esto, pero no lo tengo. ¿Cómo podré librarme?
Jonás hizo la misma pregunta. El estaba literalmente en el fondo, en el piso del océano sin poder escapar su dilema. El también clamó, Echásteme en el profundo, en medio de los mares, Y rodeóme la corriente; Todas tus ondas y tus olas pasaron sobre mí. Descendí a las raíces de los montes... (Jonás 2:3-6).
Según Jonás, ¿quién lo lanzó a la oscura profundidad? ¡El Señor! Ciertamente, fue Dios quien llevó al profeta al mismo fondo y preparó un gran pez para que se lo tragara. Cuando Jonás llamó sus problemas tus ondas y tus olas, él se estaba refiriendo al Señor.
Sin embargo, Dios no estaba enojado con Jonás, solamente contando sus pecados. Entonces, ¿por qué permitió que esto le sucediera a él? ¿Por qué lo envió a lo profundo? ¡El quería detener a su siervo de huir de su voluntad! El quería que Jonás siguiera su plan, para que fuera bendecido. En resumen, ¡Dios llevó a Jonás a las profundidades para restaurarlo!
Jonás 2:2 nos dice exactamente lo que Dios buscaba: Clamé de mi tribulación a Jehová, Y él me oyó; del vientre del sepulcro clamé, Y mi voz oiste. El Señor estaba esperando que Jonás se volviera a Él-¡que clamara sólo a Él! Y yo dije: Echado soy de delante de tus ojos: Mas aun veré tu santo templo. (verso 4). Cuando mi alma desfallecía en mí, acordéme de Jehová... (verso 7).
En la actualidad, el Señor hace lo mismo con nosotros: Él nos liberta al permitirnos decender a la profundidad. Él permite que nos hundamos en la desesperación acerca de nuestro pecado hasta que no tenemos otra alternativa que recurrir a Él. Y finalmente, desde el vientre de nuestro infierno clamamos, ¡Oh Señor, por favor escuchamos! He llegado al fondo, sin esperanzas. ¡Tienes que liberarme!
Quizás has llegado al fondo de tu pecado. No puedes obtener la victoria sobre esa lujuria o amargura que te asedia. Y ahora el Señor ha permitido que desciendas a las profundidades. Sin embargo, todo es con un propósito. El espera que, como Jonás, tu mires hacia Él.
Tenlo por seguro, que cuando Jonás clamó al Señor, Dios lo libró rápidamente: Y mandó Jehová al pez, y vomitó a Jonás en tierra. (verso 10). Dios le dijo al pez, Basta ya-ahora vomítalo. ¡Mi siervo me ha llamado, y le voy a contestar!
Tu padre celestial no quiere que permanezcas en el fondo, desmayando bajo la pesada carga de la culpa y condenación. Su deseo es que aprendas tu lección allí-¡y que dependas de Él!
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