En mi mente, veo los rostros de muchas personas que ya no asisten a la iglesia Tiempo de Cosecha
En el año que esta terminando nuestra iglesia cumplió su septimo año de existencia. Durante nuestros primeros dos años había gran emoción. Jóvenes venían a nuestros servicios – maravillosos hombres y mujeres que estaban ardiendo por el Señor. Testificaban que estaban espiritualmente hambrientos, y que la Iglesia Tiempo de Cosecha los había rescatado de la muerte espiritual.
Estas personas siempre estaban allí cuando las puertas de la iglesia eran abiertas. Los mensajes calaban en sus corazones profundamente. También ganaban almas. Cada vez que me veían en la calle, se detenían y me abrazaban, sonriendo a extraños: “Este es mi pastor. ¡Tienes que ir y oírle predicar!”
Cada vez que visitaba sus lugares de trabajo y me presentaba a sus amigos, me trataban como una persona de mucha importancia. Inmediatamente me decían: “Pase, pastor.” Cuando entraba a sus casas, dejaban todo, me abrazaban y decían: “Oh, pastor – ¡el mensaje fue maravilloso! Cuando llegue a casa, casi no dormí. El Espíritu del Señor estaba sobre mi toda la noche.”
Hoy en día, no veo sus rostros en la iglesia. Poco a poco los he visto deslizarse, volviendo al materialismo. Hoy están consumidos con sus trabajos, carreras o negocios. Muchos asisten a iglesias que tienen servicios de una hora solo los domingos, con un corto sermón de veinte minutos que no tiene convicción. Cuando veo a estas queridas personas en la calle, se hacen como que no me ven. Algunos se devuelven y caminan en la dirección opuesta.
Su rechazo me hiere tanto. Pero, ¿cuánto más hieren a Dios por rechazarle a él? ¿Cómo se siente él al ser desdeñado por aquellos que una vez caminaron, hablaron y lloraron con él? Una vez, estas mismas personas le dijeron: “Señor, salvaste mi vida del infierno. ¡Nunca te dejaré! Pero ahora ni siquiera le dedican tiempo a él. Un día muchas de estas personas prometieron en un servicio después de escuchar a un evangelista que siempre estarían conmigo, pero que rápido olvidamos lo que prometemos.
¿Has tratado a Jesús con frialdad?
Dirás: “Tengo que ganarme la vida. El Señor entiende.” ¡No es así! Él nunca entenderá – ni aceptará – que lo coloquemos en segundo lugar ante nadie o nada:
“…y el [Jesús] es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, el que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia” (Colosenses 1:18).
La palabra griega usada aquí para “preeminencia” significa “primer lugar.” ¡Jesús debe tener prioridad!
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