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jueves, 6 de enero de 2011



¡Hacer la voluntad de Dios puede requerir caminar directamente en la cara del horno ardiente!

Considera los tres jóvenes hebreos Sadrac, Mesac y Abed-nego. Eran hombres jóvenes en la flor de su vida: lideres de provincias, teniendo autoridad, expertos en lingüísticas.

Su meta era llevar las leyes hebreas de moralidad a su sociedad impía. ¡No se puede contar que sueños ellos compartían por la gloria de Dios!

Pero fueron mandados por decreto a adorar un ídolo con el resto del pueblo. Ellos fueron advertidos: “Ustedes tienen veinticuatro horas. ¡Si no se postran al sonido de la trompeta, serán echados en el horno que ha sido calentado siete veces mas!”

La voluntad de Dios estaba muy clara para ellos: ¡no era posible que se postraran! Pero allí estaban, tres jóvenes brillantes – enfrentando la muerte de todo lo que conocían.

Por supuesto que tenían opciones. Ellos pudieron decir: ¡Postraremos solo nuestros cuerpos – pero no nuestros corazones!”

O pudieron escapar. Ellos tenían guardas armadas a sus órdenes, los mejores caballos árabes a su disposición. Ellos tenían todo el dinero que necesitaban en sus manos, en la tesorería nacional. Y había lugares seguros en países cercanos.

Pero Sadrac, Mesac y Abed-nego no hicieron ningunas de estas cosas. Al contrario, ¡creo que vigilaron en oración! No hubo una sola de compromiso esa noche – porque todos hicieron lo que Jesús hizo: ¡Tuvieron su Getsemani!

Murieron a su propia voluntad – a todas sus habilidades, a su futuro en el gobierno, a todos sus planes piadosos. ¡Y en el momento en que murieron esa noche, sus corazones fueron llenos de éxtasis! Abrazaron la voluntad de Dios, amándola – nunca la soltarían. Ellos dijeron, “¡O, Dios, enfrentaremos lo que sea! Tú eres capaz de librarnos de esto – pero aunque no lo hagas, ¡con gusto pasaremos por ello!”

Ellos no resistieron cuando los soldados vinieron a la mañana siguiente y los ataron de manos y pies. Mas bien, yo creo que mientras esos jóvenes eran llevados al horno, cantaron alabanzas a Dios - ¡porque habían entrado al éxtasis de su perfecta voluntad!

Amado, detente y mira las llamas ardientes y blancas de ese horno calentado siete veces: ¡Así es exactamente como se ve cuando miras atentamente a la perfecta voluntad de Dios! Es miedoso, espantoso y doloroso para la carne, sin ninguna promesa de aplazo. Solo hay una invitación: “¡Entra!”

Sin embargo, cuando esos tres hombres hebreos fueron echados en el horno, ¡ya ellos estaban muertos! Muertos a la ambición, muertos al gozo de escuchar los mensajes proféticos que Daniel había compartido, muertos a cualquier pensamiento de esposas e hijos, muertos a toda esperanza y sueños. Solo una cosa les importaba: ¡obedecer la perfecta voluntad de Dios!

Cuando abrazas gustosamente la voluntad de Dios – cuando realmente has muerto al yo – algo es librado en tu corazón que nadie puede explicar o darte. Te pone más allá del alcance de los hombres y los demonios. ¡Pero no es soltado hasta que entres al horno!



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