El Señor siempre atrae a un pueblo como Samuel para que escuche su voz en un tiempo de decadencia espiritual. Esta compañía está compuesta de hombres y mujeres que no le dan ninguna importancia a la tradición, ni por promoción, ni tienen límites denominacionales. Ellos representan pastores y ovejas que tienen oídos para escuchar. Ellos están encerrados con Dios.
Dios envió un profeta no nombrado a Elí con una advertencia. Fue un flechazo directo al corazón de un sistema religioso que se había convertido en una "mafia" donde se guardaban unos a otros. Elí había encubierto a sus hijos descarriados. Dios le dijo proféticamente: "¿… has honrado a tus hijos más que a mi, engordándoos de lo principal de todas las ofrendas de mi pueblo Israel?" (1 Samuel 2:29).
Cuando Elí escuchó como sus hijos hicieron gala de sus fornicaciones justamente a las puertas de la congregación, todo lo que él dijo fue: "No, hijos míos, porque no es buena fama la que yo oigo; pues hacéis pecar al pueblo de Jehová" (1 Samuel 2:24). Posteriormente Dios le dijo a Samuel que él juzgaría la casa de Elí porque él conocía su iniquidad y no hizo nada al respecto. “Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado" (1 Samuel 3:13).
Hay un día de juicio señalado aquí en la tierra para los ministros del evangelio que conocen el pecado en la congregación o en su familia y rehúsan tratar con él. Ellos pueden recriminar a los adúlteros, a los borrachos, a los fornicarios -- ¡pero no tienen un mensaje penetrante de reprobación! Temen disciplinar a sus hijos espirituales. A la hora del juicio el Señor preguntará, "¿Por qué no le enseñaste a la gente la diferencia entre lo santo y lo profano?"
¿Por qué fue Elí tan suave con el pecado de sus hijos? Porque ellos estaban robándose el filete miñón antes de cocinarlo en la olla, y estaban trayéndose a su casa esta carne fresca y roja y Elí se había acostumbrado a ella. Él hubiera sufrido si él los regañaba muy duro – tendría que volver a comer carne hervida. Él había aprendido a cerrar los ojos ante todas las cosas malas que estaban sucediendo en la casa de Dios – y en su propia familia.
Por esto creo que algunos predicadores son suaves con el pecado. ¡Están adormecidos por la buena vida! ¡Disfrutan la comodidad y el prestigio de gran cantidad de personas, de edificios más grandes! Que sutil es esto – mientras que ellos saben que deben decirle la verdad a la gente, simplemente pronuncian un suave, " ¡No deberían hacer estas cosas malas!" No hay una denuncia santa. No hay aflicción por el pecado y el compromiso. No hay la visión del apóstol Pablo acerca del exceso de la maldad del pecado. No hay advertencias de un castigo divino y juicio. La gente se ofendería – dejaría de venir, dejaría de diezmar y ofrendar. El crecimiento podría ser impedido.
He predicado en alguna de estas iglesias, y ha sido una experiencia que rompe el corazón. El pastor, al igual que Elí, usualmente ama el Arca de Dios – no es un "hombre malo". Pero es un hombre temeroso de los hombres. Con temor al mover del Espíritu Santo, miedo a que la gente se ofenda, dando homenaje de labios a la santidad -- pero temeroso de tratar demasiado duro con el pecado. Hay divorcios desenfrenados. ¡Aventuras secretas! Gente joven atada con hábitos; diáconos fumando y bebiendo; y mucha confraternidad poco espiritual.
Me pongo de pie ante el púlpito de ese hermano haciéndoles saber la demanda del Señor por la santidad, llamado al arrepentimiento, advirtiendo del juicio sobre el pecado – y la gente que está comprometida con el pecado corre hacia el frente, llorando, confesando, buscando liberación. Miro hacia un lado y veo un pastor preocupado de que la reunión pudiera salirse fuera de control o que vaya a haber alguna clase de manifestación de llanto incontrolable o de que la gente caiga al suelo con convicción y dolor por el pecado.
Se muestra muy temeroso de que su "gente nueva" no llegue a entender esto. Él apenas puede esperar a tomar las riendas de la reunión y así calmar las cosas. Comienza a susurrar dulces afirmaciones de que Dios los ama a todos – y les recuerda a todos que la hora es muy tarde y rápidamente los despide. Él apaga la convicción y los miembros cargados de pecado se van a casa atribulados, por lo que parece ser la indiferencia de su pastor.
He salido de esta clase de reuniones con el corazón destrozado. Me pregunto a mí mismo: "¿En dónde está la aflicción por el pecado? ¿No podrán los líderes ver esas ovejas que derraman sus lágrimas y desean clamar y permitir que la convicción del Espíritu Santo haga su trabajo de limpieza en ellos?"
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