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martes, 6 de julio de 2010

ANIMANDO EN LA TRIBULACION


Cuando Pablo escribió su segunda carta a los corintios, había aun mas causa para su espíritu atribulado.

Después de enviar a Tito en su misión, Pablo partió para Troas, deteniéndose de paso en Éfeso. Dios se movió poderosamente a través de Pablo allí, y su predica ungida conmovió a multitudes. Muchos de los que escucharon su mensaje corrieron a su casa para buscar sus libros de ocultismo, luego se reunieron en el centro de la ciudad para quemarlos en una enorme fogata.

Esto molestó a los plateros de Efeso, quienes ganaban la mayor parte de sus ingresos de idear ídolos de la diosa Diana. Repentinamente, ellos vieron su vida hacerse en humo ante sus ojos. Así que se levantaron iracundos contra Pablo, acusándolo de fanatismo religioso y diciendo que él quería destruir su forma de adoración. Las acusaciones incendiaron un disturbio masivo, y Pablo apenas escapo con su vida. Cuando él después escribió que “desesperaba por la vida,” el estaba diciendo de este incidente, “Pensé que me iban a matar.”

No podemos estar seguros de que otra cosa paso en Efeso, porque Pablo no nos cuenta. Todo lo que sabemos es que su experiencia allí le hizo estar “abrumado en gran manera mas allá … que perdimos la esperanza de conservar la vida” (2 Corintios 1:8). Ciertamente, Pablo hablo de ser perseguido, perplejo, abatido en espíritu. Ahora, mientras se dirigía a Troas, el ansiaba ver a Tito, su piadoso hijo en Cristo, quien podía levantar su animo. Pablo podía aliviar su corazón con Tito y conocer el impacto de su carta.

Sin embargo, cuando Pablo llego a Troas, Tito no estaba allí. El espero que su hijo espiritual regresara, pero Tito no llegaba. Mientras tanto, puertas de ministerio se abrieron para Pablo en Troas, pero para este tiempo el corazón del apóstol estaba cansado. Pablo escribe de la experiencia, “Cuando llegué a Troas para predicar el evangelio de Cristo, aunque se me abrió puerta en el Señor, no tuve reposo en mi espíritu, por no haber hallado a mi hermano Tito. Por eso, despidiéndome de ellos, partí para Macedonia.” (2:12-13).

Pablo hizo algo que nunca había hecho en su vida, algo contrario a todo lo que predicaba. A pesar de estar ministrando cuando las puertas se abrieron, Pablo se retiro. En lugar de eso, el deambuló inquieto hacia Macedonia. Qué imagen de un soldado de la Cruz herido, el gran apóstol estaba golpeado, desmayando e incapacitado, cayendo en debilidad mental, corporal y espiritual. ¿Por qué? ¿Qué había llevado a Pablo a tal punto? El apóstol mismo explica: “No tuve descanso en mi espíritu, porque no encontré a mi hermano Tito.” El estaba solo, y desesperadamente necesitaba consuelo de alguien.

Solo puedo imaginarme los otras mentiras que Satanás le lanzo a Pablo.

Escucho al enemigo susurrando: “Ya Dios no esta contigo, Pablo. Has sido rechazado por todos en Asia. No queda uno que te respalde. Hasta tu hijo espiritual, Tito ha sido infestado con dudas por tus oponentes en Corinto.

“Acéptalo, Pablo, has perdido tu unción. Considera a Apolos, las predicas del cual atraen a grandes muchedumbres. Todos hacen alarde de cuan efectivo es su ministerio, mientras que tu solo alcanzas a pequeños números. Has comenzado disturbios cuando predicas, y los avivamientos que diriges terminan cerrándose, tal como en Efeso. No eres amado, Pablo, y ya no eres necesitado. Es claro que estas siendo castigado por el Señor. Has contristado al Espíritu Santo de alguna manera, y Dios ha levantado su mano de sobre ti.”

Si has caminado con el Señor en intimidad, tú sabes muy bien lo que Pablo estaba enfrentando. Satanás es el padre de mentiras, y de hecho ahora mismo puede estar mandándote las mismas mentiras que lanzo sobre Pablo: “Eres rechazado por todos. No tienes ministerio, ningún lugar en la obra del reino de Dios. Solo estas tomando espacio.” Eso es del fondo del infierno.

David sabía lo que era ser abrumado por mentiras demoníacas. En el Salmo 140, el escribe de estar en un “tiempo de guerra” tanto físico como espiritual. Este piadoso hombre oro al Señor, “Los malos están reuniéndose continuamente contra mi para hacer guerra. Ellos afilan sus lenguas como una serpiente y se han propuesto derrocar mis caminos. Ellos han puesto una trampa para mi, buscando atraparme” (Salmo 140:1-5, parafraseado).

Pero, a pesar de esta situación, David se regocijo, “Jehová, Señor, potente salvador mío, tu pusiste a cubierto mi cabeza en el día de batalla.” (140:7). Aquí esta el testimonio de David, en esencia, “Dios, has cubierto mi mente, protegiéndome de mentiras demoníacas. Poderes infernales han afilado sus lenguas contra mí. Pero tu has cubierto mis pensamientos para que las mentiras de Satanás no derroquen mis entradas y salidas.”

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