Quiero que nos remontemos a uno de los días más oscuros en la historia de Israel. En este día en particular, una viuda se paró enfrente de tres ataúdes, rodeada de muchedumbres gimiendo. En esa muchedumbre que lloraba había cientos de otras viudas que gemían, así como también un sinnúmero de soldados heridos, algunos con sus heridas todavía sangrando.
Al centro de esta escena estaba la viuda no identificada, que casi no podía pararse frente a los tres ataúdes. Embarazada y con dolor, estaba al borde de caer y tenía que ser sostenida por dos sirvientas. Esta mujer estaba mental y espiritualmente muerta, sin vida alguna, totalmente sobrecogida por su dolor y pena.
En un ataúd yacía su suegro de ochenta y ocho años, Elí, el sumo sacerdote de Israel. En el otro ataúd yacía su cuñado, Ofni, también un sacerdote. Pero el ataúd sobre el cual esta mujer se cernía era el tercero, que contenía el cuerpo de su esposo, Finees.
En este momento en la historia de Israel, una gran calamidad había caído sobre la nación. Unos días antes el ejército Israelí había salido a pelear contra los filisteos y habían sido sobrecogidos. Unos 30,000 hombres habían muerto en batalla incluyendo a los dos hijos de Elí, Ofni y Finees. Cuando el sumo sacerdote recibió la noticia que el enemigo había capturado el arca del pacto, y que sus dos hijos ahora estaban muertos, cayó hacia atrás de su asiento y murió de un cuello roto.
La Escritura sugiere que esta viuda no identificada de Finees tenía un grado de amor por las cosas de Dios. Tenía un respeto por la presencia del Señor y estaba afligida por la perdida del arca a los filisteos (Vea 1 Samuel 4:19). Seguramente estaba también afligida sobre como la casa de Dios había caído en la apatía y codicia bajo el ministerio de su suegro.
Con Elí como sumo sacerdote, los pastores de Dios regularmente tornaban ojos ciegos a toda clase de pecado. El mismo hijo de Elí, Ofni, fue un sacerdote malo que cometía fornicación dentro de los muros de la casa de Dios. Finees, también era un sacerdote deslizado y adultero la lujuria rampante la cual trajo vergüenza al templo. Por años, su pesarosa esposa había vivido con la advertencia profética timbrando en su oído, traído por un profeta no identificado a la casa de Elí.
“… y todos los nacidos en tu casa morirán en la plenitud de la edad. Te será por señal esto que acontecerá a tus dos hijos, Ofni y Finees: ambos morirán el mismo día.” (1 Samuel 2:33-34)
Imagina el dolor increíble que esta viuda llevaba ahora a la tumba. Su esposo había seducido mujeres en el templo, mujeres quienes probablemente ella ministraba. El ministerio estaba totalmente guiado por la lujuria, lleno de avaricia y apatía hacia las cosas de Dios. Los profetas verdaderos del Señor habían advertido por años los juicios por venir causados por la corrupción del sacerdocio. Y la gente se había desilusionado por la hipocresía en el ministerio. Ahora calamidades se presentaban por todos lados. Peor aun, los enemigos de Israel habían confiscado el arca, que representaba la presencia de Dios.
En la mente de esta pobre mujer, los enemigos del Señor habían triunfado. Alrededor de ella, la iglesia estaba en ruinas y la nación falto de esperanza. Literalmente, no había nada que nadie pudiera esperar excepto el juicio. Además, esta mujer llevaba su propio dolor por las traiciones adulteras de su esposo.
Ahora, habiendo sepultado a sus seres amados, repentinamente cayó ante la tumba y empezó el parto: “… Cuando oyó el rumor de que el Arca de Dios había sido tomada y que su suegro y su marido habían muerto, se inclinó y dio a luz, pues le sobrevinieron sus dolores de repente. … No tengas temor, porque has dado a luz un hijo.” (4:19-20)
Había muchas otras mujeres ante la tumba quienes habían perdido a sus esposos en la batalla con los filisteos. Trataron de alentar a la viuda de Finees, diciéndole, “Alégrate. Hay esperanza para ti ahora, un comienzo totalmente nuevo con este bebé varón. Dios no te ha olvidado después de todo.” Vieron que en medio de toda la muerte y caos, esperanza fresca estaba en camino.
Pero la viuda de Finees ya se había convencido a sí misma: “El Señor me ha abandonado. Mira toda la calamidad, la apostasía, la ruina. Mis plegarias no han sido escuchadas. No hay esperanza. Estaba totalmente inconsolable. Aún después de dar a luz, se negó a mirar su bebé, dejándolo a un lado. Sus ultimas palabras antes de morir fueron, “Y llamó al niño Icabod, diciendo: ‘¡La gloria ha sido desterrada de Israel!’, porque había sido tomada el Arca de Dios. (vea 4:21-22)
Simplemente, abandonó la pelea, y con eso, murió. Creo que la causa real de la muerte de esta mujer sufrida fue desesperanza miserable. Aún hoy en día, la palabra “Icabod” significa la perdida de la presencia de Dios y la ausencia de la esperanza para su pueblo.
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