Una carga insoportable puede ser ocasionada por temor, vergüenza, tristeza, aflicciones, tentaciones, desanimo. Pero, sin importar la causa, el consuelo es necesario.
Ahora, repentinamente, se escucha una voz, haciendo eco a través de cada pasillo del alma. Es la voz del Espíritu Santo, declarándole a esa alma, “Nada puede separarte del amor de Dios.”
Esta verdad – una vez creída – rápidamente se convierte en un chorro de agua viva, llevándose cada tropiezo. “Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho.” (Juan 14:26, énfasis añadido).
En esta forma, el Espíritu Santo juega una parte central en nuestra adopción de hijos al Padre. El Espíritu es el maestro en nuestro diario caminar con Cristo, y nosotros somos sus estudiantes. Y el nos enseña que somos adoptados. Nosotros somos la familia de Dios, sus hijos e hijas.
¿Cómo trae el Espíritu esta verdad a la memoria? El nos recuerda la mas gloriosa proclamación jamás dicha por Jesús: “Yo soy el Hijo de Dios. Yo tengo un Padre en el cielo. Y mi Padre me ama.”
Las palabras de Jesús aquí se hacen nuestras palabras, al ser adoptados en la familia del Padre, haciéndonos hermanos y hermanas en Cristo. “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6).
Es el Espíritu Santo quien clama de nosotros, “Recuerda lo que Jesús dijo: tu eres un hijo, una hija del Dios Todopoderoso. Tú tienes un Padre en el cielo que te ama. Así que recuerda quien eres. Tu no estas solo. Mantén las palabras de Jesús en tu mente: ‘Dios te ha amado, tal como me ama a mi.”
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