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jueves, 12 de noviembre de 2009

¿RECONOCES QUE NO ERES EL MISMO?



Quizás usted se da cuenta, “veo un poco de alejamiento en mi vida, una tendencia a la pereza. Sé que estoy orando cada vez menos. Mi caminar con el Señor no es lo que era antes.”

Cuándo le pedí al Espíritu Santo que me mostrara cómo evitar el descuido, me dirigió a considerar el alejamiento de Pedro y su renovación eventual. Este hombre negó a Cristo, maldiciendo aún, diciéndoles a sus acusadores, “No lo conozco.”

¿Qué había sucedido? ¿Qué llevó a Pedro a ese punto? Era orgullo, el resultado de jactancia. Este discípulo se había dicho a si mismo y a otros, “yo nunca podría enfriarme en mi amor por Jesús. He alcanzado un lugar en mi fe donde yo no tengo que ser advertido. Otros pueden alejarse, pero yo moriré por mi Señor.

“Sin embargo, Pedro fue el primero entre los discípulos en renunciar a la lucha. Abandonó su llamado y volvió a su carrera antigua, diciéndole a los otros, “voy de pesca.” Lo que decía realmente era, “yo no puedo manejar esto. Había pensado que no podría fallar, pero nadie falló más a Dios peor que yo. Yo no puedo enfrentar la lucha.”

A ese punto, Pedro se había arrepentido por negar a Jesús. Y había sido restaurado al amor de Jesús, cuando Cristo se le apareció a sus seguidores en una habitación cerrada y “sopló sobre” ellos para que todos recibieran el Espíritu Santo. Pedro fue perdonado, fue curado de su alejamiento, recibió el suspiro del Espíritu. Sin embargo, él todavía era un hombre deshilachado internamente.

Ahora, mientras Jesús esperaba que sus discípulos regresaran a la playa, un asunto había quedado pendiente en la vida de Pedro. No era suficiente que Pedro fuera restaurado, seguro en su salvación. No era suficiente que él ayunara y orara como cualquier creyente fiel. No, el asunto que Cristo quería tratar en la vida de Pedro era el descuido en otra forma. Permítame explicar.

Mientras se sentaron alrededor de la hoguera en la playa, comiendo y compartiendo, Jesús le preguntó a Pedro tres veces. “¿Me amas más que estos otros?” Cada vez Pedro contestó, “Sí, Señor, sabes que es así,” y Cristo respondió en cambio, “Alimenta mis ovejas.” Nota que Jesús, en este momento, no le recordó que velara y orara, o fuera diligente en leer la Palabra de Dios. Cristo presumió que esas cosas ya las había enseñado bien. No, la instrucción que le dio a Pedro ahora era, “Alimenta mis ovejas.”

Creo que en esta frase sencilla, Jesús instruía a Pedro cómo podría estar en guardia contra el descuido. El decía, en esencia, “quiero que te olvides de tu fracaso, olvida que te alejaste de mí. Has regresado a mí ahora, y yo te he perdonado y restaurado. Así que es tiempo de quitar el enfoque de tus dudas, fracasos y problemas. Y la manera de hacer eso está en no descuidar a mi gente y al ministrar a sus necesidades. Así como el Padre me ha enviado, así te envío.”

El hecho es, que puedo darme a mucha oración, ser un estudiante ávido de la Biblia, poner mi cuerpo bajo sujeción, evitar la apariencia del mal, ayunar a menudo y amar a Cristo apasionadamente. Más aún al hacer estas cosas, es todavía posible para mí el descuidar de la gran salvación que me fue dada ¿Cómo? Apartándome de la necesidad humana. Si hago todas estas cosas, mas sin embargo, me mantengo despreocupado del perdido y el necesitado, o ignoro a los que están dolidos en el cuerpo de Cristo, yo he llegado a ser como el cangrejo ermitaño, enfocado sólo en mis propias necesidades y seguridad.

Pastores me han dicho tristemente, “yo no puedo encontrar trabajadores ni voluntarios para nada ahora. Después del servicio las personas corren a sus carros, sin detenerse para ofrecer ayuda con algunos de nuestros ministerios.” Qué retrato trágico de tal iglesia: repleta de debiluchos espirituales, personas una vez fuertes que han tomado la ruta del cangrejo ermitaño.

Los Hecho nos ofrecen una ilustración de nuestro llamado a enfocarnos en las necesidades de otros antes que en nosotros mismos. Después del derramamiento en Pentecostés, las personas “…perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.”(Actos 2:42). Era bueno que los apóstoles ayudaran a los demás a permanecer en la Palabra y en la oración.

Entonces Pedro y Juan fueron “hasta el templo” a orar, donde vieron a un hombre cojo que les pidió limosna. Claramente, los discípulos habían visto a este hombre antes, como ellos habían estado en el templo en otras ocasiones, y él fue visto mendigando allí regularmente.

Esta vez Pedro vio al mendigo a la luz de las palabras de Jesús: “Alimenta mis ovejas.” Y el discípulo respondió. La Escritura dice que él “fijando sus ojos en él” (3:4), y esta vez Pedro no descuidó su llamado. El decidió, “tengo que hacer algo,” y empezó por tomarle la mano al hombre y levantarlo. Usted sabe el resto de la historia: ese hombre cojo acabó saltando y alabando a Dios, totalmente curado.

A menudo nuestros ojos están como ésos de la especie rara de pez que mencioné: parece que funcionan pero sinceramente no “ven.” Y la verdad es que, hay necesidades ante nosotros las cuales Jesús quiere que atendamos. Solo necesitamos ojos espirituales para verlas.

Si eres persistente en la oración y la Palabra de Dios, eso prosperará tu alma. Pero ahora es el tiempo de pedir también al Espíritu Santo que abra tus ojos a las necesidades en tu propio umbral. El será fiel en dirigirte a oportunidades para ministrar, para mostrarte una necesidad que a menudo has pasado por alto pero nunca antes habías “visto.” Si tú respondes a tal dirección, nunca te deslizarás. Eso es la salvaguardia, la pared de la protección: “Alimenta a mis ovejas.”

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