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domingo, 29 de noviembre de 2009

MINISTERIO DE CONSUELO



Jesús llama al Espíritu Santo “El Consolador.” Es una cosa conocer al Espíritu Santo como nuestro Consolador. Pero también debemos saber como el nos consuela, para que podamos distinguir cual consuelo es de la carne y cual es del Espíritu.

Por ejemplo, considera al hermano o hermana en Cristo quien esta abrumado por la soledad. Esta persona ora por el consuelo del Espíritu Santo y espera que ese consuelo venga como un sentimiento. El lo imagina como un suspiro repentino del cielo, como un sedante espiritual a su alma. En su pensar, el consuelo viene como un dulce adormecer de la mente, trayendo unas pocas horas de alivio.

Pero a la mañana siguiente, el sentimiento de paz se ha ido. Como resultado, el comienza a creer que el Espíritu Santo ha negado su pedido. ¡No, nunca! El Espíritu Santo no nos consuela manipulando nuestros sentimientos. Su forma de consolar es vastamente diferente y es detallada claramente en la Escritura. No importa cual sea el problema, prueba o necesidad, su ministerio e consuelo es llevado a cabo al traer verdad: “… el Espíritu de verdad…” (Juan 14:16).

El hecho es, nuestro consuelo viene de lo que sabemos, no del que sentimos. Solo la verdad predomina los sentimientos. Y el ministerio consolador del Espíritu Santo comienza con esta verdad fundamental: Dios no esta enojado contigo. El te ama.

“y la esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Romanos 5:5). El significado griego aquí es aun más fuerte que lo que la traducción sugiere. Dice que el amor de Dios “sale a chorros” en nuestros corazones por el Espíritu Santo.

Una carga insoportable puede ser ocasionada por temor, vergüenza, tristeza, aflicciones, tentaciones, desanimo. Pero, sin importar la causa, el consuelo es necesario.

Ahora, repentinamente, se escucha una voz, haciendo eco a través de cada pasillo del alma. Es la voz del Espíritu Santo, declarándole a esa alma, “Nada puede separarte del amor de Dios.”

Esta verdad – una vez creída – rápidamente se convierte en un chorro de agua viva, llevándose cada tropiezo. “Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho.” (Juan 14:26, énfasis añadido).

En esta forma, el Espíritu Santo juega una parte central en nuestra adopción de hijos al Padre. El Espíritu es el maestro en nuestro diario caminar con Cristo, y nosotros somos sus estudiantes. Y el nos enseña que somos adoptados. Nosotros somos la familia de Dios, sus hijos e hijas.

¿Cómo trae el Espíritu esta verdad a la memoria? El nos recuerda la mas gloriosa proclamación jamás dicha por Jesús: “Yo soy el Hijo de Dios. Yo tengo un Padre en el cielo. Y mi Padre me ama.”

Las palabras de Jesús aquí se hacen nuestras palabras, al ser adoptados en la familia del Padre, haciéndonos hermanos y hermanas en Cristo. “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6).

Es el Espíritu Santo quien clama de nosotros, “Recuerda lo que Jesús dijo: tu eres un hijo, una hija del Dios Todopoderoso. Tú tienes un Padre en el cielo que te ama. Así que recuerda quien eres. Tu no estas solo. Mantén las palabras de Jesús en tu mente: ‘Dios te ha amado, tal como me ama a mi.”

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