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domingo, 25 de octubre de 2009
EL CLAMOR PROFUNDO
En Apocalipsis, Jesús anuncia: “¡Vengo pronto! Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro” (Apocalipsis 22:7). Cinco versículos más adelante Cristo dice: “¡Vengo pronto!, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra.”(22:12).
Aquí está el clamor de quien mira con expectación el regreso de Jesús: “El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!”(22:17). Esto se refiere a la novia de Cristo, formada por el cuerpo de creyentes de todo el mundo, bajo su Señorío. Todos estos servidores son nacidos de nuevo, limpiados con la sangre de Jesús.
Usted puede preguntar: “Comprendo que este es el clamor del corazón de los creyentes. Pero, ¿porqué el Espíritu también clama a Jesús, “Ven?” Es porque esta es la última oración del Espíritu Santo, sabiendo que su obra en la tierra esta casi terminada. Como Pablo o Pedro, a quienes Dios les dijo que su tiempo era corto, el Espíritu clama de la misma manera: “Ven, Señor Jesús.”
Entonces, ¿dónde escuchamos hoy este clamor del Espíritu? Este viene a través de aquellos que están sentados con Cristo en los lugares celestiales, quienes viven y caminan en el Espíritu, sus cuerpos son templos del Espíritu Santo. El Espíritu clama en y a través de ellos, “Apresúrate, Señor ven.”
Permítame preguntarle: ¿cuándo fue la última vez que oró, “Señor Jesús, ven rápidamente, ven pronto?” Personalmente, yo no recuerdo hacer esta oración. El hecho es que yo nunca supe que podría apresurar la venida de Cristo, permitiendo al Espíritu que ore esto a través de mí. Sin embargo, Pedro nos ofrece pruebas de esta increíble verdad, “esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán” (2 Pedro3:12). En el griego la frase: “apresurándoos… la venida del día”, significa “dar más diligencia, apurar, urgir.” Pedro dice que nuestras oraciones expectantes apuran, apresuran al Padre para que envíe rápidamente a su Hijo.
Solamente un asunto está impidiendo este glorioso evento. Es un asunto no resuelto. “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).
La paciencia misericordiosa del Señor, dictamina el horario de su regreso. Así que, ¿esto significa que no deberíamos orar por su venida? De ninguna manera. Cristo mismo nos dice en el Evangelio de Marcos, “porque aquellos días serán de tribulación cual nunca ha habido desde el principio de la creación que Dios hizo, hasta este tiempo, ni la habrá. Y si el Señor no hubiere acortado aquellos días, nadie sería salvo, pero por causa de los escogidos que él eligió, acortó aquellos días” (Marcos 13:19-20). Imagine lo que puede suceder si, a través de todo el mundo, la novia de Cristo despierta y hora en el Espíritu, “Jesús ven.”
Sin embargo, si creo que el mundo se dirige a un irrefrenable caos, y que Cristo viene pronto, entonces mi clamor debe ser dirigido a mi familia y amigos que no están preparados. Seria hipócrita de mí parte orar para que Jesús venga, y no orar para que mis seres queridos estén preparados para ese día. Mi oración debe ser, “Ven, Señor. Pero, primero, da a mi familia y amigos perdidos, oídos para oír. Sálvalos, salva a los perdidos.”
Sin embargo, si creo que el mundo se dirige a un irrefrenable caos, y que Cristo viene pronto, entonces mi clamor debe ser dirigido a mi familia y amigos que no están preparados. Seria hipócrita de mí parte orar para que Jesús venga, y no orar para que mis seres queridos estén preparados para ese día. Mi oración debe ser, “Ven, Señor. Pero, primero, da a mi familia y amigos perdidos, oídos para oír. Sálvalos, salva a los perdidos.”
Ponga a un lado, por un momento, todas las doctrinas acerca de la venida de Cristo. Considere el profundo clamor del hombre o la mujer que ama su aparición. “Entonces lo veremos cara a cara. Lo contemplaremos.”(Vea 1 Corintios 13:12). La venida de Cristo no debe perturbarle. Lo debe emocionar. Si usted realmente ama a alguien, desea estar cerca de esa persona. ¿Puede imaginarse lo que será para Jesús, llamarlo por su nombre?
Imagine una pareja recién casada y el esposo es llamado lejos por un período largo, quizás por negocios o asuntos militares. Le dice a su novia, “Regresaré, pero, no sé cuando. Aquí está la dirección donde puedes encontrarme.”
Por los primeros años, esa novia escribe a menudo a su esposo, con hermosas cartas de amor. Sin embargo, ella nunca le dice: “Por favor, ven pronto.” Pasan diez años, después veinte, y ella le escribe cada vez menos. Pero, ella nunca le dice, “Ven rápidamente; te lo suplico. Necesito tus abrazos, necesito ver tu cara. Estoy orando por tu pronto regreso.”
Este es un cuadro de la iglesia de hoy. ¿Cómo podemos decirle a Cristo que lo amamos y lo extrañamos, si nunca oramos para que venga por nosotros? ¿Cómo es que nunca podemos expresarle que debe volver pronto y llevarnos con él, para que así podamos estar en su constante compañía? ¿Cómo es que no podemos decirle, “Yo ya no puedo seguir manejando esto sin que estés aquí? No quiero estar alejada de ti.”
En medio de estos tiempos, oigo a Jesús decir, “Ciertamente vengo en breve” (Apocalipsis .22:20). Y oigo a la novia de Cristo contestar: “¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!”(22:20).
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